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Estados Unidos

OPINIÓN: ¿Por qué los árabes aborrecen a EE.UU.?

Por Funes

Por Aaron David Miller, especial para CNN

Nota del editor: Aaron David Miller es vicepresidente y un distinguido investigador del Centro Internacional de Investigación Woodrow Wilson y actuó como negociador en Medio Oriente durante gobiernos demócratas y republicanos. Síguelo en Twitter.

(CNN) -- El maltrato que ha sufrido la imagen de Estados Unidos en los últimos días refleja que la ira de Medio Oriente contra nuestro país tiene raíces profundas. No somos la razón principal de que Medio Oriente esté hecho pedazos. Los árabes deben asumir su cuota de responsabilidad. Miren los casos de Siria y Egipto.

Somos, sin embargo, una parte importante de esta historia. Algunos extremistas islámicos nos atacan porque no comparten los valores occidentales; otros ven en todos lados conspiraciones estadounidenses para terminar con la independencia, orgullo y dignidad de árabes y musulmanes.

Pero una vez que te alejas de estas cuestiones periféricas, descubres que la realidad es también inquietante: millones de árabes y musulmanes nos aborrecen no por quiénes somos sino por lo que hacemos. Por nuestras políticas.

Y dado que estas difícilmente cambien en el corto plazo, hay altas posibilidades de que Estados Unidos siga deteriorando su imagen pública en Medio Oriente. Aquí las razones:

Mentes y corazones: Siempre los pensamos al revés. No es el corazón antes que la mente. Si quieres capturar la imaginación de aquellos que viven en Medio Oriente para que empiecen a mirar a Estados Unidos con otros ojos, no debes intentar apelar a sus emociones en primera instancia. Sería como colocar un bello moño alrededor de un paquete con el mismo contenido de siempre. No funcionará.

Captura las mentes en primer lugar, apela a su propio interés cognitivo y luego los corazones acompañarán. Esto requeriría un reajuste significativo de las políticas de Estados Unidos: el país tendría que ser mucho más duro con Israel en acuerdos y prácticas como la confiscación de tierras, los cierres y la retención de los ingresos fiscales en la Ribera Occidental.

Estados Unidos debería ser mucho más justo en la cuestión palestina y buscar una posición equilibrada en las negociaciones en vez de observar la realidad desde un filtro pro-israelí. Estados Unidos mantendría una relación especial con su aliado Israel, solo que ésta no sería exclusiva.

Estados Unidos debería ser mucho más claro al hacer frente a las violaciones de derechos humanos en el mundo árabe y mucho más severo con los reyes árabes que se muestran como aliados conservadores. Si queremos mejorar nuestra credibilidad, deberíamos encontrar un balance más justo entre los intereses propios y los ajenos en varias cuestiones.

Valores vs. intereses: Es sorprendente que a dos años del derrocamiento de Hosni Mubarak, manejado relativamente bien por la administración Obama, seamos atacados por apoyar tanto a Mohamed Morsi como a los generales y criticados por prácticamente todos, incluso la oposición no religiosa.

Puedes elegir tu culpable favorito. El embajador estadounidense, el viaje en yate del secretario de Estado John Kerry o la ingenuidad de Barack Obama ante los Hermanos Musulmanes o su debilidad contra las fuerzas armadas.

Pero allí no está la razón. Perdimos nuestro apoyo en Egipto porque la tensión entre nuestros valores e intereses resulta en políticas impopulares e inconsistentes.

Apoyamos al gobierno de Morsi, elegido democráticamente, aunque se comporte antidemocráticamente; y cuando los militares intervienen y aplican mano dura, matando a 50 personas, reaccionamos tibiamente.

Estas inconsistencias son en gran medida un resultado del caos de las políticas egipcias, pero también tienen que ver con nuestra propia desconfianza al cambio. Cuando la estabilidad en la región es el principio guía por más de 50 años, nunca es fácil ajustarse, especialmente para los grandes poderes. Miren si no a la Rusia de Vladimir Putin y a la Siria de Bashar al-Assad.

Pero es más que eso. Si los egipcios están confundidos, no logran poner en orden su propio país y no producen grandes líderes o instituciones democráticas confiables, Estados Unidos seguirá tropezando.

Apoyamos a Morsi porque creemos en el poder de las urnas. Y apoyamos a los generales porque tenemos otros intereses, como el tratado de paz entre Egipto e Israel, la seguridad en el Canal de Suez, el antiterrorismo y la contención de Irán. Que no podamos conciliar ambos apoyos en respuesta a la realidad egipcia no es ninguna sorpresa. Tampoco lo es que suframos la desaprobación del pueblo egipcio.

La hipocresía del gran poder: Los grandes poderes son lo suficientemente grandes y fuertes para darse el lujo de comportarse con inconsistencias e hipocresías. Y así se comportan.

Pero esa inconsistencia puede confundir y decepcionar. Nuestras políticas con respecto a la Primavera Árabe están marcadas por las contradicciones. Apoyamos el cambio político en Egipto, pero no lo hacemos en Arabia Saudita o Bahréin, donde privilegiamos el petróleo, la estabilidad y las bases estadounidenses.

Intervenimos militarmente Libia porque es más sencillo, pero no lo hacemos en Siria por el riesgo que suponen los aliados de al-Assad, el ejército y la capacidad nuclear del régimen.

Y la mayor paradoja de todas es que nuestros lazos con las monarquías (Jordania, Arabia Saudita y Marruecos) son mucho más cercanos que los que tenemos con las democracias emergentes en tiempos en que Medio Oriente anhela democracia y libertad. Es increíble que los reyes árabes se hayan convertido en nuestros aliados en una región políticamente turbulenta.

Kerry ha hallado en Jordania un aliado clave para el proceso de paz. A principios de este año, Estados Unidos vendió armas a Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos por miles de millones de dólares.

Las expectativas alrededor de los Estados Unidos son altas y muchas veces ayudamos a elevarlas, particularmente en Medio Oriente. Obama llegó a la presidencia prometiendo una nueva mirada sobre la región: mayor compromiso, una mejor comprensión del Islam y una política proactiva sobre el conflicto palestino-israelí.

Y es una cruel ironía que haya sido más severo que su predecesor en algunas cuestiones e igualmente cauto en la paz entre Palestina e Israel.

Pero gobernar significa tomar decisiones. Y Obama eligió voluntaria y sabiamente no perseguir molinos de viento en el extranjero y concentrarse en tratar de solucionar los problemas internos.

Recién terminadas las dos guerras más largas de la historia de Estados Unidos, donde la medida para la victoria no era si ganaríamos sino cuándo nos iríamos, nadie podría culparlo. Para Obama, la clase media siempre será más importante que Medio Oriente. Para bien o para mal, la actitud de Estados Unidos en la región así lo demuestra.

(Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a Aaron David Miller)