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Gabriel García Márquez detestaba las corbatas

Por Sebastián Jiménez Valencia

Por Patricia Ramos

(CNN) --Un día García Márquez comentó que muchos sábados se quedaba en su casa con Mercedes, su esposa, porque nadie lo invitaba debido, decía, a que la mitad de la gente pensaba que cómo invitar Garcia Márquez y la otra mitad imaginaba que tendría una agenda muy apretada.

Mientras tanto, él veía televisión.

Cuando recibió "Al Águila Azteca" —máxima condecoración que otorga el gobierno mexicano a un extranjero ilustre— al salir de la casa presidencial de Los Pinos, aquel viernes de 1982, en medio del alboroto de los periodistas que lo perseguíamos siempre como colegas (y hambrientos de la sabiduría y chispa del ‘Gabo’), al dirigirme con micrófono en mano, ahí, en medio de la acera o banqueta, se volteó con ese aire circunspecto que lo acompañaba y me dijo mirándome con esa mirada que parecía siempre preguntar... "Primero  salude".

Irreverente y franco, aseguraba que no podía amar a una mujer si tenía los pies fríos.

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Sobre su quehacer periodístico que enalteció, decía que era su "carpintería literaria" y calificó el oficio como "el más lindo del mundo".

En el restaurante español "El Hórreo" en el centro de la Ciudad de México, junto al parque de La Alameda, escribió algunas páginas de su obra maestra Cien Años de Soledad al calor de un paella, acompañado por amigos, entre ellos el ‘Mago’ Echeverry; otro día contará el por qué de ese apodo.

No le gustaban las corbatas, porque decía que algunas cosas "ya le colgaban" como para ponerse un "colgandejo más".

Ante el mundo se presentó con una guayabera al recibir el Premio Nobel de Literatura y cuando le preguntaron cómo reseñar la emotiva ceremonia, García Márquez dijo: “fue como vivir tu propio entierro”.

Se refería a la cantidad luces, reseñas periodísticas, reflectores y la atención mundial que rodearon aquella ocasión de 1982.

Un día en la ciudad mexicana de Guadalajara, de forma espontánea y con la seriedad que le mostraba al mundo, me pintó una flor, detrás de una foto que había atrapado uno de esos momentos.

Amigo entrañable de su colega y compatriota Álvaro Mutis, él fue el motor, el impulsor para que ‘Gabo’, no sucumbiera en sus ímpetus como literato —ante las  adversidades que vivió al llegar a México— y dejara la pluma.

Incluso el maestro se había ido al puerto mexicano de Veracruz, y allí lo llamó Mutis para decirle: tienes que seguir escribiendo. Lo demás es historia.