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¿Se unirá el de Comey a la lista de los testimonios históricos?

Por Julian Zelizer

Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton y becario de New America. Es el autor de "The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society". Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) -- El despedido director del FBI, James Comey, será el centro de atención del mundo político este jueves cuando testifique ante el Comité de Inteligencia del Senado.

Podría ser un momento histórico para Donald Trump y la presidencia estadounidense y uno que se clasifique entre una serie de testimonios anteriores ante el Congreso que han provocado grandes cambios políticos.

Desde el día en que el presidente despidió abruptamente a Comey, hemos escuchado denuncias de fuentes familiarizadas con el asunto según las cuales Trump lo estaba presionando para que detuviera la investigación sobre posibles connivencias entre los rusos y miembros de su campaña.

James Comey, exdirector del FBI.

Si el exdirector del FBI comparece ante el Congreso y dice, sin vacilación y con evidencias, que el presidente estaba tratando de obstruir la investigación, entonces la Casa Blanca tiene un problema muy serio en sus manos y nos acercaríamos a la posibilidad de que comenzaran a darse los procedimientos para un juicio político.

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Todavía no lo hemos escuchado del propio Comey y es difícil saber exactamente lo que va a decir. El testimonio podría convertirse en un revés para los opositores del presidente Trump y una bendición para el gobierno si Comey no dice nada de interés. Pero es instructivo ver cómo otros testigos famosos han cambiado la historia.

He aquí seis de los momentos más importantes en orden cronológico:

Joseph Welch (1954): "¿Acaso usted no tiene sentido de la decencia?"

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Este fue un momento clásico en el que alguien usó las audiencias para enfrentarse a la cruzada política dirigida por el senador Joseph R. McCarthy contra la supuesta infiltración comunista en el ejército estadounidense. Joseph Welch, el fiscal especial del Ejército, atacó al senador por acusar a un joven abogado de su firma de haber formado parte de un grupo de izquierda mientras estudiaba derecho. "Senador, ¿no podemos dejar esto? Sabemos que pertenecía al Gremio de Abogados", dijo Welch para interrumpir el interrogatorio.

El senador no cesó ni desistió. "Ya usted ha hecho suficiente", dijo Welch ante las cámaras de televisión, expresando la sensación de frustración que muchos en Washington tenían con la despiadada cruzada anticomunista de McCarthy: "¿Acaso usted no tiene sentido de la decencia, señor? ¿Ha abandonado usted el sentido de la decencia?
Esta fue una clara derrota para el senador McCarthy. El comentario de Welch resultó ser un punto de inflexión después del cual más personas en Washington estuvieron dispuestas a enfrentarse al despiadado senador y sus aliados.

George Kennan (1966): "Vietnam no es una región de gran importancia militar e industrial"

George Kennan (i) junto al presidente yugoslavo Josip Broz Tito en 1961. (Crédito: Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

El senador William Fulbright, un internacionalista liberal de Arkansas, ayudó al presidente Lyndon B. Johnson a obtener apoyo para la Resolución del Golfo de Tonkín en 1964, que otorgó una amplia autoridad para la intervención militar en el Sudeste Asiático.

Dos años más tarde, el senador Fulbright se había declarado contrario a la guerra y creía que se estaba convirtiendo en un desastre. Convocó a audiencias televisadas sobre la guerra. El público observó cómo altos funcionarios diplomáticos discutieron sus problemas con la participación estadounidense en el conflicto.

El exembajador George F. Kennan, respetado diplomático que fue arquitecto de la política de contención, admitió que "si no estuviéramos ya involucrados como lo estamos hoy en Vietnam, no sabría ninguna razón por la que deberíamos desear estar tan involucrados, y pude pensar en varias razones por las que no deberíamos desearlo. Vietnam no es una región de gran importancia militar e industrial".

Estas palabras, dichas por una prominente figura de la política exterior en lugar de un manifestante universitario, tuvieron un gran efecto en los estadounidenses, que hasta entonces tenían confianza en las promesas de victoria del presidente Johnson. Mientras que el apoyo a la guerra se mantuvo fuerte, el testimonio y el resto de las audiencias abrió una discusión sobre la legitimidad y necesidad de la guerra entre la clase media estadounidense que continuaría durante los años venideros.

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John Dean (1973): "Empecé diciéndole al presidente que había un cáncer creciendo en la presidencia"

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Este sigue siendo el estándar de oro de las revolucionarias audiencias ante el Congreso. Como abogado del presidente Richard Nixon, John Dean compareció ante el comité Watergate del senador Sam Ervin. Compartió con la nación que había discutido frecuentemente las formas a través de las cuales la Casa Blanca podía detener la investigación contra el presidente.

Dean afirmó que hubo conversaciones sobre pagos para comprar el silencio de los posibles testigos, así como las promesas de clemencia ejecutiva para aquellos que estaban en el gobierno. Afirmó: "Empecé diciéndole al presidente que había un cáncer creciendo en la presidencia, y que si este cáncer no se eliminaba, el propio presidente moriría en sus manos".

"Si las afirmaciones de Dean son ciertas (y sus detalles de apoyo así como algunos de sus documentos circunstanciales fueron impresionantes) eso haría que las negaciones del 22 de mayo de Nixon fueran mentiras o, al menos, harían que las declaraciones presidenciales fueran una vez más algo inoperante", aseguró la revista Time.
El testimonio de Dean duró casi cinco horas. Una vez que Dean terminó, el futuro de la presidencia pendió de un hilo.

William Colby (1975): "Es un arma muy mortal"

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Después de la Guerra de Vietnam, el senador por Idaho Frank Church llevó a cabo audiencias de alto perfil sobre la CIA con el objetivo de exponer los hechos cometidos por la agencia en nombre de la seguridad nacional.

Uno de los momentos más impactantes de todos llegó cuando el director de la CIA, William Colby, que había asumido su cargo apenas dos años antes, admitió los "trucos sucios" que llevaba a cabo su agencia. Colby, por ejemplo, explicó el "M.K. Naomi", un proyecto secreto en el que la agencia desarrolló venenos, armas bioquímicas y pistolas eléctricas que podían disparar dardos llenos de una letal toxina a más de 100 metros (Church sostuvo una ante las cámaras para crear un efecto dramático).

Colby admitió que las pistolas de dardos eran un "arma muy mortal". Los testimonios ofrecieron una cantidad considerable de elementos para el creciente número de críticos de izquierda de la agencia y minaron su propia posición como director. El presidente Gerald Ford relevó a Colby de su posición, creyendo que había hablado demasiado sobre la lista interna de la CIA de fechorías que se consideraban ilegales, poco éticas o inapropiadas. El reportero investigador Seymour Hersh expuso estos actos en 1974. Habían tenido lugar entre los años 1950 y mediados de los años setenta.

Teniente coronel Oliver North (1987): "He venido aquí para decirles la verdad, lo bueno, lo malo y lo feo. Estoy aquí para contarlo todo, lo agradable y lo desagradable. Estoy aquí para aceptar la responsabilidad de lo que hice, pero no la aceptaré por lo que no hice"

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Este fue un caso en el que las audiencias del Congreso se movieron en una dirección muy diferente a lo esperado por el partido opositor. Mientras los demócratas llamaban al teniente coronel Oliver North, el hombre clave del escándalo Irán-Contras, a testificar, la reacción fue diferente de lo que pensaban.

El público amaba a North, quien, vestido con atuendos militares, defendió su decisión de prestar asistencia secreta a los contras nicaragüenses a pesar de la prohibición del Congreso de hacerlo. Las audiencias televisivas lo amaban porque era un antídoto bienvenido a las actitudes derrotistas de la era posterior a la Guerra de Vietnam.

Su postura desafiante fortaleció el apoyo al presidente Ronald Reagan, que había estado teniendo problemas desde que el escándalo salió a la luz. Los reporteros señalaron que la "Olliemanía" se tomó el país, y muchos ciudadanos que lo miraban como un héroe moderno. Estuvo en las portadas de las revistas semanales y en camisetas, botones, muñecos y hasta en la comida (el Ollie-sandwich en Buffalo, Nueva York, era hecho de carne de res estadounidense envuelto en un pan con lechuga triturada), videos y libros. Hubo incluso imágenes de cartón en tamaño real a lo largo de muchas ciudades con los que la gente posaba para tomarse fotografías.

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Este podría haber sido un momento en que la investigación se deterioró, pero en su lugar fue el comienzo de un repunte. La obsesión por North se desvaneció rápidamente (los muñecos no vendidos de North se convirtieron en imágenes de Mikhail Gorbachov unos meses más tarde), pero el impacto positivo para Reagan fue duradero.

Ejecutivos del tabaco (1994): "¿Entienden lo aislados que están de la comunidad científica por sus creencias?"

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Este fue un caso en el que los testimonios que los estadounidenses observaron fueron tan increíble que desacreditaron la causa de los testigos. Siete altos ejecutivos fueron a Washington mientras el Congreso intentaba tomar una decisión sobre cómo regular el tabaco.

Todos los ejecutivos, sentados uno al lado del otro en una mesa de conferencias, sorprendentemente testificaron que el tabaco no era adictivo.
Cuando sólo admitieron que los cigarrillos "pueden" causar cáncer de pulmón y enfermedades del corazón, el representante por California Henry A. Waxman criticó a todos los ejecutivos por su posición tan discorde con la de la comunidad científica. "¿Entienden lo aislados que están de la comunidad científica por sus creencias?". "Sí, señor", admitió Andrew H. Tisch, director ejecutivo de la compañía de tabaco Lorillard.

La aparición fue desastrosa para la industria del tabaco, aunque una bendición para la salud pública. Los ejecutivos también hicieron admisiones bajo presión, como confirmar que las compañías controlaban la cantidad de nicotina en los cigarrillos y una serie de sus marcas le daban a los fumadores niveles más altos de nicotina que lo normal.

James W. Johnston, presidente de R.J. Reynolds, se disculpó por los anuncios con Joe Camel que atraían a hombres jóvenes y que presentaban imágenes de hombres con comportamientos agresivos hacia las mujeres. "Nunca debieron haber salido al aire, me disculpo", dijo. Después de las audiencias, la presión pública para un programa regulador más fuerte creció y se presentaron demandas para intentar frenar a la industria tabacalera.