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Venezuela

Juan Guaidó no es Diego Maradona

Por Pedro Brieger

Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de más de siete libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. Colaboró con diferentes medios nacionales como Clarín, El Cronista, La Nación, Página/12, Perfil y para revistas como Noticias, Somos, Le Monde Diplomatique y Panorama. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión argentina.

(CNN Español) -- El día que Diego Armando Maradona debutó en el fútbol profesional lo primero que hizo fue pasar la pelota entre las piernas abiertas de un rival, en una jugada maravillosa y difícil de concretar para cualquier futbolista. Con sus jóvenes 15 años, Maradona dijo “aquí estoy yo” y salió a “comerse la cancha”, como se dice coloquialmente. Es decir, a ser el principal protagonista del partido que se estaba jugando.

El día en que se declaró “presidente encargado”, Juan Guaidó parecía un joven dispuesto a “comerse la cancha”. Era una figura novedosa en la política venezolana que parecía traer aire fresco. Justo después de su autoproclamación ya tenía el respaldo de Estados Unidos, la primera potencia mundial, como reconoció públicamente el presidente Donald Trump en su discurso del 18 de febrero en la Universidad Internacional de la Florida (FIU). En la semana del discurso de Trump, la oposición, con Guaidó a la cabeza, dijo que organizaba a “cientos de miles de voluntarios para defender el convoy de ayuda” que pensaba introducir en Venezuela. Numerosos medios de comunicación fueron a la frontera colombovenezolana, algunos periodistas se montaron a los camiones para formar parte de la entrada triunfal y se apresuraron a denominar al 23 de febrero como el “día D”, rememorando el famoso desembarco en Normandía en junio de 1944 que anticipó la caída del nazismo.

La oposición delineó un escenario para que aparecieran las multitudes anunciadas conducidas por Guaidó. Algunos lo imaginaron frente a los soldados y estos reconociéndolo en masa como su presidente legítimo, abriendo la frontera de par en par como se abrieron las aguas del Mar Rojo para que Moisés lo atravesara, tal y como cuenta el Éxodo en la Biblia.

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Pero nada de eso sucedió. Ni hubo cientos de miles de personas ni Guaidó se puso al frente del convoy de la llamada ayuda humanitaria para interpelar a los militares venezolanos y decirles “soy el presidente de la nación. Obedezcan y abran la frontera”.

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El viernes del recital de música en Cúcuta a Guaidó se lo veía exultante junto a los presidentes de Colombia, Chile y Paraguay y al secretario general de la OEA, que incluso se dio el gusto de subir al escenario. Pero al día siguiente —después de que no lograran entrar a territorio venezolano— los cinco aparecieron compungidos.

Y una imagen vale más que mil palabras.

El 26 de febrero, un editorial del diario El Nacional de Caracas afirmaba “todavía ese nuevo liderazgo no nos conduce a la tierra prometida”, en franco reconocimiento de que a Guaidó le faltaba recorrer un camino para convertirse en aquello que decían que ya era.

La principal fortaleza de Guaidó —por ahora— es el apoyo de EE.UU., acompañado por una serie de países alineados con la Casa Blanca, que lo catapulta al escenario internacional. Pero ese apoyo tan explícito es también su debilidad, porque mientras en Washington dicen que “todas las opciones están sobre la mesa” —en clara alusión a una intervención militar— Guaidó se muestra ambivalente y en un segundo plano, como quien no está en la mesa principal donde se toman las verdaderas decisiones.

Retomando la anécdota del comienzo. Maradona salió a la cancha y se convirtió en el número uno. Pero emular a Maradona no es fácil. Muchos lo intentaron y se quedaron en el camino.