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Apollo 11

Apollo 11

El Apollo 11 nos enseñó a soñar en grande, apuntemos más allá de Marte

Por Dr. Don Lincoln

Nota del Editor: Don Lincoln es científico sénior del Laboratorio Nacional de Aceleración Fermi. Es autor de “The Large Hadron Collider: The Extraordinary Story of the Higgs Boson and Other Stuff That Will Blow Your Mind". También produce una serie de videos educativos de ciencia. Síguelo en Facebook. Las opiniones expresadas en este comentario son propias del autor.

(CNN) -- Hace cincuenta años este mes, los seres humanos dieron sus primeros pasos en la Luna. Para quienes sean demasiado jóvenes para recordarlo, es difícil apreciar en qué medida ese logro cautivó a todo el planeta. Ciertamente me influenció muchísimo, incluso con mis 5 años me puso en el camino que me llevó a ser un científico profesional.

En la generación de mis padres se vio todo el desarrollo, primero escucharon cautivados las débiles señales del Sputnik mientras daba la vuelta al planeta, y luego el visionario discurso del presidente John F. Kennedy en 1962, que encaminó a los estadounidenses a enviar el Apollo 11 como un relámpago al espacio.

Mi generación era demasiado joven para reconocer la carrera espacial como la competencia geopolítica que fue. En vez de eso, solo sabíamos que estaba ocurriendo algo emocionante. Tengo vívidos recuerdos, como niño de preescolar, estando sentado de piernas cruzadas en un semicírculo, mirando varias de las misiones Apollo en un televisor que la señorita Trottier había traído de su casa. Allí, con una antena “orejas de conejo”, miramos una imagen nevada en blanco y negro que los niños de hoy ni siquiera se pueden imaginar. Con Walter Cronkite agregando su seriedad distintiva, vimos a Neil Armstrong dar los primeros pasos en un cuerpo celeste que no era la Tierra y a Buzz Aldrin colocar la bandera estadounidense en la conquista más distante de la nación, en julio de 1969.

  • Mira los videos inéditos de la NASA buscando señales de vida en la Luna en 1969

El espectáculo me cautivó y, como muchos niños de esa era, decidí en ese instante ser astronauta. Por supuesto que tenía una idea irreal de lo que eso implicaba. Si bien sabía que las misiones Apollo eran solo los primeros pasos tentativos en nuestra exploración del sistema solar, me parecía que pronto quedarían eclipsados.

Quienes quedamos fascinados con la idea del viaje espacial miramos los entonces nuevos programas de televisión “Viaje a las Estrellas” y “Perdidos en el espacio”, que pintaban una imagen optimista del viaje espacial. Yo esperaba realmente que para cuando fuera adulto, ya habríamos conquistado Marte y tendríamos mayores desafíos, quizás habiendo incluso volteado nuestra mirada a las estrellas.

Por supuesto, los desafíos del vuelo espacial tripulado son mucho más complejos de lo que mi joven mente podía apreciar. Cuando se completó la última misión Apollo en 1972, la NASA se enfocó en la estación espacial Skylab, el apretón de manos Apollo-Soyuz, y finalmente el Transbordador Espacial, que orbitó por la Tierra por primera vez cuando yo era un estudiante de secundaria, y estaba aprendiendo a conducir.

Seguí con avidez estos espectaculares logros, llegando incluso a recortar cada artículo del periódico y, para desagrado de mi madre, pegándolos en la pared de mi habitación.

Fue en la escuela secundaria cuando me di cuenta de que el vuelo espacial tripulado no seguía el paso a mis expectativas de la niñez. Orbitar alrededor del planeta no era equivalente a explorar la galaxia; si queríamos hacerlo, necesitaríamos la capacidad de viajar mucho más rápido. Necesitábamos una nave Enterprise o un Halcón Milenario.

Con la confianza de la juventud, decidí descifrar cómo hacerlo posible, y esto despertó mi interés en la física: un camino que seguí el resto de mi vida, que me llevó a mi posición como científico sénior en Fermilab, el laboratorio insignia de Estados Unidos, dedicado a descubrir las máximas reglas de la naturaleza. No he logrado descifrar completamente lo de los sistemas de propulsión a velocidades cercanas a la de la luz, pero he disfrutado de la experiencia y todavía tengo un par de décadas por delante para seguir pensándolo. Quizás tenga suerte.

Algunos podrán decir que perdimos nuestra voluntad de explorar el espacio, pero eso no es completamente cierto. Sin duda, es verdad que los últimos que se despojaron de los límites de la fuerza de la gravedad lo hicieron hace casi medio siglo, pero la Humanidad ha enviado sondas a todos los rincones del sistema solar. Más que los humanos, los robots han sido enviados a donde nadie se ha animado a ir antes: a cavar en el suelo de Marte, a volar cerca de Plutón, a aterrizar en cometas, y hasta a aventurarse lentamente en el espacio interestelar. Las sondas no tripuladas son el futuro próximo de la exploración espacial. Cuestan mucho menos y han recabado todo un tesoro de información.

Pero es innegable el atractivo de los viajes espaciales tripulados. Fuimos exploradores desde nuestros primeros viajes tentativos de África, y luego los europeos se dirigieron hacia el oeste, en embarcaciones frágiles de madera y tela. El espacio impulsa nuestra imaginación.

Irónicamente, debemos moderar nuestra imaginación y a la vez soñar de manera aún más grande. A pesar de los planes discutidos por ingenieros en la NASA o SpaceX, la colonización de la Luna y Marte es difícil. A diferencia de la colonización del Nuevo Mundo, en que los colonizadores podían dejar caer semillas en el suelo y ver crecer los alimentos, no hay ningún otro lugar en nuestro sistema solar con semejantes condiciones agradables. Los pioneros de nuestro sistema solar nunca vivirán como lo hacemos nosotros en la Tierra, como sentir el sol en nuestros rostros y disfrutar de la brisa matutina. Dejando de lado el concepto de “terraformación”, nuestro futuro se encuentra en las estrellas, en donde debe haber planetas similares a la Tierra.

Y los científicos están buscando. A través del uso de instalaciones orbitales como el telescopio espacial Kepler y el Satélite de Sondeo de Exoplanetas en Tránsito, o TESS en inglés, los astrónomos intentan hallar planetas alrededor de otras estrellas. Una vez identificadas, el telescopio espacial James Webb intentará crear una imagen de la atmósfera de esos planetas. Quizás ocurra que, en las próximas décadas, identificaremos un planeta similar a la Tierra. Ahí es cuando las cosas se pondrán realmente interesantes.

Supuestamente el primer visitante de la Tierra en ir a esos planetas distantes será un robot, pero ciertamente habrá un clamor por enviar una misión tripulada. Los tiempos de viajes serán enormes, y los desafíos técnicos serán gigantescos, comparados con los que tuvieron los ingenieros que hicieron posible el Apollo 11.

Pero aun cuando se dé la poco probable posibilidad de que alguien llegue a desarrollar ese sistema de propulsión superior a la velocidad de la luz, un viaje interestelar tomará como mínimo décadas. Los astronautas tendrán que sobrevivir y prosperar por años, sin ningún apoyo de la Tierra. En comparación, el medio año que tomará el viaje a Marte será fácil. Esto quizás sea posible, y los científicos pueden tomar de referencia el ahora difunto Biósfera 2 y la misión de Investigación Analógica de Exploración Humana de la NASA, o HERA en inglés, como las maneras de aprender a lograr esto: cómo los humanos pueden vivir aislados en ambas excursiones en el sistema solar y, eventualmente, los muchos años que tomará el viaje interestelar.

Después estará el peligro de la radiación, que aumenta cuanto más rápido viaje un astronauta. Una preocupación conexa son las colisiones de alta velocidad, con el polvo y las piedras interestelares. Los ingenieros deberán encontrar un equilibrio entre construir una nave lo suficientemente liviana para poder acelerar, pero a la vez los suficientemente robusta para soportar estos impactos.

Hay muchos escépticos que afirman que estas dificultades son insuperables, y que el éxito no está garantizado. En mis momentos pesimistas, temo que tienen razón. No hay duda de que una misión interestelar tripulada que tenga éxito será producto de un esfuerzo global y probablemente tome siglos llevarla a cabo.

Pero espero que haya un día en el futuro cuando mi tataratataratatara y muchas veces tatara nieto o nieta se siente cruzado de piernas, en su clase de jardín de infantes, y vea a un intrépido pionero en un planeta que orbite alrededor de un sol distante. Ese sí será el día en que la Humanidad llegará a la edad adulta.

(Traducción de William Montes)