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EE.UU.

El legado de homicidio y racismo del hemisferio occidental

Por Al Cárdenas

Nota del editor: El autor es abogado, político republicano y activista. Ha ejercido como vicepresidente en tres términos del Partido Republicano en la Florida y dos más como presidente (1980-1990). Ha sido el primer hispano en liderar el Partido Republicano en la Florida. Al R. Cárdenas fue uno de los principales consejeros y encargados de recaudar fondos para la campaña presidencial de Jeb Bush en 2016.

(CNN) -- Desde 1492, los conquistadores españoles habían asesinado a más de 60 millones de nativos del Caribe, América del Sur y Central para el momento en que Simón Bolívar y otros lucharon por su independencia. Los españoles violaron, saquearon y robaron miles de millones de dólares en oro de las tierras de los nativos. Los criollos nacidos en América Latina tenían esclavos también. Este genocidio fue el peor en la historia de la civilización. Peor que la Segunda Guerra Mundial y que las masacres chinas entre 1958 y 1962.

Entretanto, en el norte del continente americano, bajo el Imperio británico, la esclavitud también se había tornado la norma en las colonias del sur. Nuestros primeros presidentes Washington y Jefferson mismos eran dueños de esclavos. Estados Unidos se fundó sobre el principio de que “todos los hombres son creados iguales” pero esa promesa todavía no se ha cumplido para demasiados estadounidenses más de 200 años después. La esclavitud estaba generalizada en el sur estadounidense hasta que Abraham Lincoln tuvo la valentía y la determinación, una vez elegido presidente, de librar una guerra civil para poner fin a la esclavitud de una vez por todas. Cientos de miles de jóvenes estadounidenses murieron en este conflicto. Algunas heridas han persistido por generaciones. La Guerra Civil terminó, pero no impidió los linchamientos, los asesinatos y el racismo generalizado subsiguiente. Casi unos 100 años después, la ley de derechos civiles, opiniones de la Suprema Corte, valientes marchas y la emergencia de líderes como Martin Luther King martirizado luchando por la igualdad y el fin del prejuicio, trajeron progreso, pero no un alivio total de los vestigios del racismo que incluso hoy subsisten, el supremacismo ario, los movimientos nacionalistas penetran aún nuestra tierra, motivados por la retórica incendiaria del presidente de EE.UU.: Donald Trump.

Alrededor de mediados del siglo XIX, cuando Estados Unidos se expandía hacia el oeste, cientos de miles de nativos estadounidenses fueron exterminados y el resto fue obligado a marchar a aisladas reservas como prisioneros en su propia tierra. Muchos murieron de hambre, otros vivieron sin esperanza, medicamentos ni cuidados básicos y todos se vieron privados de sus costumbres, cultura y orgullo en una tierra que habían llamado propia por cientos y miles de años.

Durante la depresión de los años 30, muchos trabajadores mexicanos, legalmente en Estados Unidos, fueron deportados a la fuerza por miedos económicos internos. Muchos fueron separados de sus familias.

Unos años después, a comienzos de la Segunda Guerra Mundial, más de cientos de miles de japoneses estadounidenses fueron reunidos y confinados a la fuerza a campos de concentración, aquí mismo en suelo estadounidense. También estábamos en guerra con Italia, Alemania y otros, pero no se tomaron medidas similares contra nuestros opositores “blancos”.

En los años 70 y 80, parecía que Estados Unidos había comenzado a tomar medidas serias para vivir según su lema de que “Todos los hombres son creados iguales”; el presidente R. Reagan otorgó y negoció con el Congreso amnistía a más de 2 millones de inmigrantes indocumentados. Sus palabras, y comentarios de otros, en el momento eran inspiradores y elevaron nuestros espíritus.

Desde los años 90, los esfuerzos de una reforma inmigratoria integral no han prosperado en el Congreso. Notables fueron los esfuerzos iniciados por el presidente Bush en 2006 y por el Senado de EE.UU. en 2015; ambos intentos, y muchos otros, estuvieron cerca, pero fallaron por la política y los miedos de reelecciones. ¡Inconcebible!

Desafortunadamente, a pesar del empleo pleno y la prosperidad económica durante los últimos ocho años, la intolerancia y la injusticia una vez más han recobrado toda su fuerza. Esta vez las víctimas son los inmigrantes y los estadounidenses de origen o ascendencia latina. Cada día, un empleado de una tienda, un vecino o un desconocido en un tren le grita a un latino, en algún lugar de Estados Unidos, que se vaya y regrese al lugar de dónde vino.

El olor a racismo es palpable y está en expansión mientras este presidente apela a nuestros peores ángeles y a nuestros más bajos instintos mientras muchos (que entienden más) permanecen en silencio.

En cuanto el presidente Trump asumió, su mayor prioridad parecía ser denigrar y llevar a la justicia a hispanos y musulmanes.

El candidato Trump lanzó su campaña presidencial desde la Torre Trump atacando a los inmigrantes mexicanos por violadores, delincuentes de la droga y por traer el crimen a Estados Unidos. La proclama siguió durante la campaña. En su primera semana en la Casa Blanca, el presidente ya estaba lanzado una prohibición de viaje desde varios países musulmanes. Hoy viven más de 6 millones de musulmanes aquí.

Solo después de un par de semanas en el cargo, el presidente Trump intentó revocar los decretos de Barack Obama que otorgaban un alivio a los jóvenes de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés, que beneficia a los niños traídos a EE.UU. por sus padres). Intervinieron los tribunales federales y el programa de DACA apenas sobrevive por el momento.

Hay aproximadamente 350.000 inmigrantes que residen legalmente en Estados Unidos, con permisos de trabajo, bajo un programa conocido como Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés). Estos inmigrantes vinieron de los países más pobres del hemisferio: Haití, Nicaragua y otros… ahora también temen la deportación, dado que el presidente Trump puso fin a este programa. Muchos llevan más de 20 años en Estados Unidos.

Los ataques de los secuaces de la Casa Blanca como Steve Miller a la comunidad inmigrante son palpables. Su trato inhumano de los solicitantes de asilo en la frontera es de conocimiento público y está documentado. Sus campos de concentración en la frontera están irremediablemente superpoblados con detenidos enfermos, no aseados y hambrientos. No hay suficiente espacio para tirarse en el piso a dormir.

Ahora, los secuaces del presidente han redactado políticas que anulan las solicitudes de asilo de América Central y sustituyen las audiencias de inmigración previas a la deportación. Estas medidas generarán intervenciones judiciales que pondrán freno a las acciones ilegales, pero entretanto miles habrán sido deportados sin el debido proceso.

La injusticia final ha sido la separación forzada de los niños pequeños de sus seres queridos. Están traumatizados y muchos nunca, nunca, verán a sus seres queridos otra vez. Además, viven en jaulas, en condiciones inhumanas.

Muchos han sido despedidos, a muchos se les pidió la renuncia, y algunos, hartos, simplemente se fueron. El Departamento de Seguridad Nacional ahora está en manos de los servidores inexperimentados e incompetentes de Steve Miller. Sí, lo peor está por venir.

Amo a Estados Unidos. Estoy repleto de gratitud por vivir en una tierra de oportunidades que me permitió prosperar y ser un buen proveedor. Tenía la esperanza de que realmente nos hubiésemos convertido en la ciudad que brilla sobre la montaña; pensé que Estados Unidos estaba superando su historia racista; que no permitiría ya que la injusticia y la crueldad generalizadas existieran entre nosotros; que nos habíamos tornado más compasivos y justos; que habíamos reconocido que somos una nación de inmigrantes que ha de ser celebrada…

Ese Estados Unidos todavía es posible. Se empieza por erradicar a los intolerantes, a los misóginos y a los nacionalistas de la misma Casa Blanca.

(Traducción de Mariana Campos)