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Dime a qué te dedicas y te diré que tan rico eres

Por CNN en Español

Por LZ Granderson, CNN No hay una pregunta más estadounidense que: “¿A qué te dedicas?”

Es lo suficientemente segura como para iniciar una conversación con un extraño, lo suficientemente universal para que cualquiera pueda contestarla y llega justo al punto más importante de nuestra cultura: el dinero.

La pregunta no suena como una frase tomada del manifiesto de La avaricia es buena, de Gordon Gekko (el personaje de la película de Oliver Stone, El poder y la avaricia), pero la realidad es que desecha la cortesía y se dirige justo al centro de las finanzas de alguien; revela su lugar en la jerarquía social y por lo tanto da una idea, de qué tan felices pueden o no ser.

Desde finales del siglo 20, ¿A qué te dedicas? dejó de ser una pregunta sobre la manera como alguien pasa su tiempo durante las horas laborales normales y en lugar de eso sirve como un forma un poco molesta, pero socialmente aceptable, de recordarnos las cosas que no tenemos o que nunca tendremos.

Podemos entender que el dinero no compra la felicidad, pero durante las últimas décadas esa idea compite contra el mensaje que a cada paso nos dice que no podemos ser felices sin él. Esta dicotomía desconectó lentamente al sueño estadounidense de la idea de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad y se adhirió a la capacidad de uno de ascender en la escala social.

Si estás en un bar y la respuesta de la otra persona es, “soy un abogado”, las personas alrededor generalmente asumen que esa persona gana mucho dinero, conduce un automóvil de lujo y no vive al día. Es feliz, si tú quieres.

Obviamente no es la misma visión optimista que las personas tienen si alguien responde ”trabajo en McDonald’s” (si la persona que trabaja en McDonald’s realmente lo dice).

En nuestra cultura, el valor de una persona se vincula con su profesión; mientras más alto sea el perfil o el sueldo, se valora más al individuo como persona, y asumimos que es más feliz.

Y por desgracia también sucede lo contrario.

Si no fuera así, las mujeres no sentirían la necesidad de defender su decisión de ser amas de casa en una era de mujeres profesionistas. Si no fuera así, los hombres no se sentirían en desventaja de salir en una cita con una mujer que gana más que ellos.

Hoy en día, con tantas personas que no tienen trabajo o tienen subempleos, encuentro que esta pregunta no sólo puede inyectar una pequeña dosis de vergüenza a la conversación, sino dirigirnos a categorías sin rostro como autoempleo o inmigrante ilegal.

No hay nada malo con tratar de pasar el tiempo realizándole a los extraños preguntas no amenazantes. Pero por qué no preguntar acerca de algo que no se relacione con el dinero, como “¿Cuándo fue la última vez que algo te dejó sin aliento?”, regresar a lo que significa ser humano en lugar de un consumidor.

Sí, el empleo, la carrera, el dinero, son realidades, y sí, todos tenemos que comer.

¿Pero qué tiene de malo hablar sobre una buena comida en lugar de lo que tuvimos que hacer para pagarlo?

Para mí, el ímpetu detrás del movimiento Ocupa Wall Street no es sobre los trabajos o el fracaso de las políticas. Es sobre el anhelo de ser valorados nuevamente. Ser escuchados y vistos. Tener importancia. Algunos de nosotros somos culpables de comprar casas que no podíamos pagar o de depender de las tarjetas de crédito para vivir por encima de nuestras posibilidades. Los bancos crearon un modelo de negocio que obtiene ganancias de nuestros deseos de mantenernos a la par con nuestros vecinos. Ahora nos movieron el piso y tenemos miedo. En la canción que le da el título a su segundo álbum, el cantante de blues Amos Lee canta, “la vida no sólo es la oferta y la demanda”. En algún lado entre el Atari 2600 y el primer iPod, muchos de nosotros lo olvidamos.

Parece que ahora es un buen momento para recordarlo, porque independientemente de quién gane las elecciones en 2012, la mayoría de los economistas creen que las aguas estarán turbulentas durante algún tiempo.

De alguna manera tenemos que recordar que somos más que la capacidad de crédito.

Somos más que lo que hacemos para vivir.

Somos más que las cosas.

La semana pasada, en casi 36 horas, pasé de beber un café en un Starbucks en una ciudad mediana en Michigan, a ordenar cócteles muy caros en un bar de un lujoso hotel en Beverly Hills, a sacudir mi cabeza en forma de desaprobación mientras conducía junto a las banderas confederadas que todavía se mueven en el viento de Jackson, Mississippi.

A lo largo del camino me encontré participando en una serie de conversaciones informales con mi tipo favorito de personas: los extraños.

Podría tener sentido que las personas del medio oeste, de la costa oeste y del sur tuvieran enfoques radicalmente diferentes de la vida —y en muchos aspectos así lo es—, pero lo que encontré divertido fue que, sin importar el código postal, no pasó mucho tiempo para que las personas con las que hablaba me preguntaran en qué trabajo.

En algunos casos en Beverly Hills, querían saberlo antes de conocer mi nombre.

Todo parecía tan cruel y falso.

Entonces recordé que “a qué te dedicas” es el nuevo “quién eres”.

Todo eso parece tan triste.

* Nota del editor: LZ Granderson escribe una columna semanal en CNN.com, fue nombrado periodista del año por la Asociación Nacional de Periodistas Homosexuales y Lesbianas, y es finalista del Premio del Periodismo en Línea en la categoría de opinión. Es escritor y columnista de ESPN Magazine y ESPN.com. En 2009 ganó el premio de la Alianza Homosexual y Lésbica contra la Difamación por periodismo en línea. Síguelo en Twitter en @locs_n_laughs.
(Las opiniones expresadas en este comentario únicamente son de LZ Granderson)