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Estados Unidos

OPINIÓN: Las acciones de Marco Rubio no son consecuentes con sus palabras

Por Sebastián Jiménez Valencia

Por Charles Garcia*, especial para CNN

(CNN) – ¿Cómo logra el senador Marco Rubio tener el apoyo de los votantes hispanos y al mismo tiempo lucir las credenciales del movimiento Tea Party?

Fácil, dice una cosa y hace otra.

El 10 de mayo, Rubio, republicano de Florida, trató de replantear su propuesta de ley Dream Act para darles visas especiales a hijos de trabajadores indocumentados si asistían a la universidad o si se enlistaban en el Ejército. Dijo: “Pero sólo diría que esto no es un tema de inmigración; en un tema humanitario”. El mismo día, silenciosamente pasó una ley que amenaza con severidad la ayuda humanitaria a casi de cuatro millones de niños que viven en la pobreza. Son ciudadanos estadounidenses. Pero para Rubio son culpables por asociación. Sus padres son trabajadores indocumentados.

Actualmente, pueden acceder a un crédito los trabajadores indocumentados que reporten sus ingresos al Servicio de Impuestos Internos –conocido como la IRS por sus siglas en inglés- a través del programa del Número de Identificación del Contribuyente, creado en 1996, lo que los hace elegibles para un crédito para pago de impuestos por número de niños. Para muchos niños, este pago (1.000 dólares por menor) es la diferencia entre la pobreza abyecta y la capacidad de sobrevivir.

El programa es, de hecho, el invento conservador por excelencia. No es una limosna, es una forma de darles a los trabajadores la capacidad para subsistir, y para mantener a sus hijos fuera de programas de ayuda. Es el tipo de programa que Ronald Reagan abanderó en los años ochenta como una alternativa digna de bienestar para los trabajadores pobres.

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La propuesta de Rubio (la ley conocida como Responsible Child Tax Credit Eligibility Verification Act of 2012) haría más estrictos los requerimientos para quienes apliquen al programa del Número de Identificación del Contribuyente. Eso es, según dice el vocero de Rubio, un intento para “acabar con el fraude a expensas de los contribuyentes”. El Centro de Progreso Americano dice que las opiniones de Rubio son exageradas, y dice que el proyecto de ley afectaría a los niños inocentes que debanden de recortes en impuestos para tener comida sobre la mesa, libros escolares y un techo.

No hay nada “humanitario” en terminar la ayuda humanitaria a casi cuatro millones de niños estadounidenses que dependen de ese apoyo. Y no hay nada humanitario en ese Dream Act, una oferta paliativa de legalidad sin el camino claro a la ciudadanía. Ese proyecto de ley no es más que migajas arrojadas a los latinos, que Rubio aparentemente espera que no estén prestando atención.

Rondando en la lista de posibles fórmulas vicepresidenciales del candidato republicano Mitt Romney, Rubio es visto por muchos en ese partido como el elemento clave para el voto latino. Pero la raíz de ese apoyo republicano viene de la extrema derecha que se opone a la inmigración, mientras que una abrumadora mayoría de los hispanos apoyan la reforma inmigratoria. No puede ser fácil para este hijo de una empleada doméstica y de un conductor de autobús –ambos inmigrantes cubanos- reconciliar esas contradicciones.

La hipocresía de las recientes acciones de Rubio muestra la imagen vívida de una ambición desenfrenada de un individuo que juega en la política del resentimiento y del miedo a expensas de los niños. Imaginen a un paciente en condición crítica sangrando por múltiples heridas de apuñalamiento. Rubio propone poner una curita Band-Aid en el dedo pequeño del paciente, mientras lo apuñala por la espalda.

En marzo escribí que Rubio necesita un momento como el de Nixon en China, insistiendo que el senador debe usar sus credenciales conservadoras para romper con valentía el atasco en la reforma inmigratoria. Al principio estuve entusiasmado al verlo entrar en ese debate, pero a diferencia del furibundo anticomunista Nixon, quien viajó a China para promocionar la distensión, Rubio viajó a estados claves –Florida, Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Virginia, el corredor del Tea Party- para promocionar su autobiografía.

Es desafortunado que dos de los más cercanos mentores de Rubio, el exgobernador de Florida Jeb Bush y la senadora republicana de Florida Ileana Ros Lehtinen, que apoyaron una reforma inmigratoria integral, no puedan sacudir a su protegido y hacerlo pensar bien.

Quizá puedan sugerirle que deje de promocionar su libro y estudie más el libro The Passage of Power de Robert Cano, la cuarta entrega de la biografía de Lyndon Johnson. Caro recrea la escena de la noche antes del primer gran discurso de Johnson como presidente, frente a la plenaria del Congreso, en que sus asesores le pidieron que no hiciera de los derechos civiles un tema central de su presidencia. Ellos dijeron que eso lo confrontaría a los sureños conservadores que controlaban el congreso y pondría en riesgo su presidencia. Caro escribe que un asesor “le dijo de frente que un presidente no debería gastar tiempo y poder en causas perdidas, sin importar qué tanto valgan la pena esas causas”.

El exsenador de Texas replicó: “Bueno, ¿para qué diablos sirve la presidencia entonces?” El liderazgo de Johnson y su grandeza política al pasar la legislación de los derechos civiles le dieron gran justicia a millones de personas a los que se les había negado la justicia.

Mientras Rubio abandona a las familias hispanas, debería preguntarse: “¿Para qué diablos sirve un puesto en el senado entonces?”.

Sin duda no parece saberlo.

*Nota del editor: Charles Garcia, quien ha estado en el gobierno de cuatro presidentes, de ambos partidos, es el CEO de Garcia Trujillo, un negocio enfocado en el mercado hispano. Fue nombrado en el libro Hispanos en Estados Unidos: haciendo historia como uno de los 14 latinos ejemplares de ese país. 

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