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Mundo

Siria: cuando la guerra oculta la rutina del país

Por cnninvitationsaccount

Nota del editor: CNN obtuvo un extraordinario relato de la vida en Siria durante las últimas dos semanas. Por razones de seguridad, no daremos el nombre del periodista.

Damasco, Siria (CNN) — Hemos estado en Damasco durante varias semanas, hemos visto por la ventana el humo que flota casi a diario sobre el horizonte de la ciudad. Nuestro refugio era más o menos seguro, pero se colaba el sonido de la batalla que amenazaba con devorar la capital siria. Un día, estábamos parados frente a una tienda de helados cuando las bengalas iluminaron el cielo. El vendedor de helados quiso regalarnos un cono. Como extranjeros, sobresalíamos entre la multitud. Todos protegían Damasco y señalaban que no estábamos viendo lo mejor de su ciudad.

Todos tratábamos de evitar hablar de “estos problemas”, el eufemismo que los habitantes de Damasco utilizan para referirse a la guerra civil. En privado, otros eran más directos. Mientras nos encontrábamos en la sala de exploración de un médico, comencé con mi habitual discurso: “Pensé que las cosas estarían peor”, cuando el médico me interrumpió diciendo simplemente: “Usted parece una persona agradable, por favor, prometa que regresará pronto a su país”. Yo no me quería ir, había tanto que debía, quería, ver. Al día siguiente, tomé en consideración su consejo.

Tras rondar con éxito por las callejuelas de Damasco para evitar los miles de puntos de revisión, la ironía quiso que nos detuviéramos en uno para pedir indicaciones para llegar a la carretera más cercana que nos sacara de la ciudad. Mi única esperanza era que el soldado pensara que los verdaderos “terroristas”, como llama el gobierno sirio a los combatientes y activistas de la oposición, serían más astutos.

Visiblemente exasperado, nos describió la ruta para salir a Daraya, confirmó que habíamos entendido y nos hizo señas para que pasáramos. En el siguiente punto de revisión, el soldado tenía una lista de personas buscadas para ser interrogadas. Contuve la respiración cuando se me quedó mirando. Dos metros más adelante, había otro punto de revisión que apareció mientras pasábamos por los otros dos. Finalmente logramos pasar y nos encontramos camino a la “Siria Libre”, como se ha declarado a Daraya. Sus ciudadanos fueron de los primeros en tomar las calles cuando inició el levantamiento, sin embargo la cercanía de la ciudad con la base aérea militar de Mezza los ha mantenido en la mira del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea.

Los jóvenes activistas con quienes nos reunimos nos dijeron orgullosos que Daraya estaba casi desierta gracias a las redadas constantes en busca de activistas, quienes se escondían en los hogares de amigos y parientes. No estaban seguros en ningún sitio.

Eso fue durante los últimos dos meses, en los que el Ejército Libre de Siria ha conservado el control de la ciudad. Las fuerzas del régimen debían conformarse con bombardear desde la distancia.

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Mientras conducíamos por la ciudad vimos que se estaban efectuando trabajos de limpieza y por primera vez durante toda mi estancia en Siria empezó a disiparse la ansiedad que llevaba dentro.

Estaba claro que la gente creía que la guerra estaba ganada. Cuando llegó el momento de terminar el ayuno, durante el mes musulmán del Ramadán, repartieron manjares locales y me dieron a probar una bebida de regaliz que es probablemente lo más desagradable que he probado en mi vida. Reían y tomaban fotos con sus teléfonos mientras yo intentaba no perder la compostura. Al observarlos pude notar que todos eran adolescentes o jóvenes de menos de 30 años. Un joven se sentó a la mesa junto a mí. Quería hablarme de su detención a manos de las fuerzas sirias.

Mientras narraba, trataba de comprender lo que me estaba describiendo. Me dijo que lo habían violado con palos de madera durante los interrogatorios; que había visto cómo forzaban a otros a sostener actos sexuales entre ellos, que durante las golpizas les llenaban la boca con sal. Contó una letanía de abusos y humillaciones con el mismo tono impasible. Otros dos jóvenes contaron historias parecidas. Me enseñaron las cicatrices de los grilletes y las esposas en sus tobillos y muñecas y las marcas de las pinzas eléctricas en sus pezones. Al parecer querían contármelo todo.

El tiempo pasó muy rápido. Estaban ansiosos por que yo viera su manifestación nocturna, que más que manifestación parecía una celebración. Los jóvenes juntaron sus manos y se formaron alrededor de los tambores con los que acompañaban los cánticos revolucionarios a los que nos habíamos acostumbrado gracias a los videos en YouTube, solo que esta vez estaban impregnados con la certeza de que la victoria estaba cerca.

Conforme conducíamos a donde pasaríamos la noche escuchamos el rugir de los morteros sobre nuestras cabezas. “No se preocupen”, nos dijeron. “Hoy le toca a alguien más”.

Para nuestra siguiente visita estaba tan acostumbrado a oír que en Damasco “está pasando algo” que ya me parecía casi normal, hasta que sentí que el bombardeo había empezado más cerca de lo que lo había sentido antes. Nos dijeron que debíamos irnos y así lo hicimos.

Muchas de las personas que nos ayudaron siguen en Siria, así que solo diré que en los días y noches que siguieron a nuestra partida estuve pendiente de mi computadora y mi teléfono. Al principio trataron de mantenerse en contacto. Durante los bombardeos salían y filmaban video tras video llenos de imágenes espantosas. Veo los videos, oigo las voces de los jóvenes que conocí y llegué a apreciar lo que pasaba, contando el desarrollo de la masacre.

Pronto el contacto cesó. El gobierno cortó el suministro eléctrico en Daraya y cuidar la batería de los teléfonos era cuestión de vida o muerte. Es la única esperanza que tienen de que el mundo sepa lo que está ocurriendo.

Muchos se han ocultado para proteger a sus familias, y deben moverse constantemente. De repente, veo que logran entrar en la red por un instante antes de desaparecer de nuevo. Esta es la única prueba de que siguen con vida.