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Opinión

Las mamás tienen el poder para frenar la violencia

Por Peggy Drexler

(CNN) -- Esta semana, las redes sociales anunciaron que la #madredelaño Toya Graham, la madre soltera de Baltimore sacó a su hijo, quien sostenía un ladrillo, de la escena de un disturbio. Un video en el que se ve cómo Graham saca al joven Michael de un grupo de manifestantes —y posteriormente lo golpea con sus puños y le da algunas manadas en la cabeza— se volvió viral. Muchos la proclamaron como una heroína: una madre decidida a terminar con el ciclo de violencia.

Y sin embargo, ¿no estaba ella también promoviendo la violencia? Su propia reacción, después de todo, fue gritar, maldecir y golpear. "¿Por qué Estados Unidos celebra la golpiza de un joven negro?", preguntó un escritor en el Washington Post. ¿No es la violencia en casa lo que conduce a la violencia fuera de ella? ¿No es esta la razón por la que ocurren los disturbios?

No estoy excusando la violencia de ninguna manera. Desearía que no existiera. Pero Baltimore no está en llamas por madres como Graham. De hecho, lo que necesitamos no solo en comunidades como Baltimore, sino en las comunidades alrededor del país, son madres como ella. Necesitamos madres que harían lo que fuera para proteger a sus hijos y guiarlos a través del camino de la adolescencia, el cual es cada vez más difícil.

No veo a Graham como una madre abusiva que predica el evangelio, o al menos la inevitabilidad de la violencia. Tampoco la veo como una heroína.

Lo que sí veo en Graham es una mujer que es justo como millones de otras madres de adolescentes, madres cuya lucha diaria se enfoca en guiar a sus hijos en una dirección positiva mientras también los ayudan a desarrollar sus propias identidades e independencia. Son madres que conocen la ira y frustración que pueden sentir cuando atrapan a su adolescente en una mentira. Como Graham le dijo a Anderson Cooper, ella le había dicho a Michael la noche anterior que no se uniera a ningún disturbio. Él juró que no lo haría.

Pero su sentido de 'mamá oso' se hizo presente y cuando escuchó que la escuela iba a cerrar temprano, ella no se arriesgó a pensar que él mantendría su promesa. Acudió al sitio de los disturbios para asegurarse de poder ayudarlo a que no se desviara del curso. Se dirigió ahí para poder ayudarlo a cumplir su promesa. Y cuando llegó al lugar y vio que no lo había hecho, ella reaccionó de la manera que, en ese momento, sería más efectiva para sacarlo de ahí.

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Y esa es la clave aquí. Es fácil castigar a un adolescente por rebelarse, así como es fácil castigar a Graham por descargar sus frustraciones en Michael de una forma física. Pero las acciones de Graham son evidencia de su compromiso como madre. Para bien o para mal, ella conoce a su hijo. Y ella conoce su comunidad, y su realidad. Ella sabe que es la madre de un adolescente que vive en una ciudad que está pasando por un momento muy intenso y violento. Y hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso ponerse a sí misma en una situación peligrosa para sacarlo de ahí. ¿Eso es algo que todos podemos decir?

Toya Graham plantea un importante punto que a menudo está ausente en las discusiones sobre cómo frenar la violencia: las madres tienen poder. El mundo necesita más madres al estilo de mamá oso: madres que podrían estar dispuestas a ponerse a sí mismas entre su hijo y cierto tipo de peligro. Madres que estén dispuestas a desafiar al consejo "experto" que les dice que los adolescentes necesitan espacio para cometer errores, que dudar o incluso tratar de prever su mal comportamiento solo frena su desarrollo y conduce a más casos de mala conducta.

Ahora más que nunca, existen excepciones para esa regla. Aquellos de nosotros que vivimos en comunidades que son generalmente seguras no podemos imaginar el nivel de miedo y frustración que debe correr por el mismo corazón de una madre como Graham.

No todos enfrentamos los mismos obstáculos que las personas que viven en lugares como Baltimore. Pero todos enfrentamos los mismos retos al criar a nuestros hijos. Quizá llegó el momento de reconocer que, al menos en ese sentido, es más en lo que nos parecemos que en lo que nos diferenciamos.