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Opinión

Las élites políticas de EE.UU. se retrasan

Por Jorge Gómez Barata

Nota del Editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en este texto corresponden exclusivamente al autor.

Si la industria automovilística hubiera evolucionado al mismo ritmo que el pensamiento, algunos políticos todavía andarían a caballo. En Estados Unidos hay gente preocupada porque los hijos vivan peor que sus padres o abuelos. Sin embargo, no abundan observaciones respecto a sectores de la clase política cuyo pensamiento es más atrasado que el de los fundadores del país.

No se trata de pedir que los legisladores o candidatos a la presidencia de hoy sean personas de la categoría intelectual de Washington, Jefferson, Adams o Madison, que concibieron la Declaración de Independencia, los Artículos de la Confederación, los argumentos expuestos en El Federalista, y la Constitución, cuyo pensamiento los iluminó para hacer una sola revolución, y fundar un país y no trece.

Es curioso que al realizar una obra de ingeniería social y política tan compleja como fue la creación de Estados Unidos, y dotarlo de un sistema político que jamás había existido en ninguna parte, la Constitución no fijó fronteras nacionales, no estableció idioma, moneda, ni religión oficial, y ni siquiera aludió a símbolos nacionales. Tampoco se mencionó la cuestión de la esclavitud ni la emigración. No fueron omisiones, sino concesiones.

Al parecer, los fundadores prefirieron deponer cualquier punto de vista que estorbara al consenso necesario para convertir trece entidades, formadas por personas de diverso origen nacional, con religiones y lenguas distintas, en un solo país que, debido a ese ambiguo diseño, se expandió territorialmente, y asimiló a decenas de millones de personas de todas partes del mundo, a ninguna de las cuales fue necesario imponerles jurídicamente un idioma, una fe, ni obligarlas a honrar una bandera.

Uno de los misterios de Estados Unidos es su capacidad para asimilar y cohesionar a millones de personas, realizando el objetivo de unir lo diverso y crear un crisol en el cual se funden las aspiraciones individuales para formar metas compartidas sin anular ni subrayar lo originario. El fallo en ese empeño es la cuestión racial, que configura el más grave problema social que ya una vez dividió al país, y fue eje de la Guerra Civil.

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La constante y a veces obsesiva alusión a las “minorías”, y el modo rudimentario y con matices racistas como se proyectan algunos debates sobre la cuestión migratoria y fronteriza, así como la poca calidad de los argumentos esgrimidos, incluso con ciertas dosis de “charlatanería política”, se aparta de la mejor tradición norteamericana, y del legado que dio lugar a lo que hoy son Estados Unidos, donde ya una vez se inventaron las reservaciones indias, se organizó la “Caravana de las Lágrimas”, se establecieron las leyes Jim Crow y la segregación racial, cuyos resultados están históricamente descritos.

Ante la élite política estadounidense están planteados problemas como los de la emigración y el racismo, que afectan sobre todo a negros e hispanos. En ningún caso se trata de asuntos externos, invenciones, ni el resultado de actos malignos, sino de fenómenos sociales que emanan de la historia y del desempeño del país a quien corresponde solucionarlos.

Mirar para otro lado, culpar al vecino, idear muros y expulsiones, nada resuelve, y la represión está excluida por definición. Cuando eso ocurra dejará de ser Estados Unidos. Es de perogrullo recordar que cuando ante un problema se asumen premisas erróneas, son errónas las respuestas.