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Opinión

'Soy la persona a la que llaman cuando la gente muere en extrañas circunstancias'

Por Judy Melinek

Nota del editor: El siguiente texto es un pasaje de la autobiografía de la patóloga forense, la Dra. Judy Melinek, de 2014, 'Working Stiff', coescrito por su esposo, el escritor T.J. Mitchell. Entra a las vidas de los forenses más ocupados de Estados Unidos en el condado de Los Ángeles en el próximo episodio de 'This is Life with Lisa Ling', el miércoles 11 de noviembre a las 9 p.m.

'Working Stiff: Two Years, 267 Bodies, and the Making of a Medical Examiner' está disponible en librerías alrededor del mundo y en línea. (Los nombres de las víctimas fueron cambiados en el libro.)

(CNN)-- "Recuerda: esto solo puede terminar mal". Eso es lo que mi esposo me dice cada vez que empiezo una historia. Tiene razón.

Entonces, este carpintero está sentado en una acera en el centro de Manhattan con sus colegas, media docena de contratistas con cascos que beben sus cafés antes de que empiece el turno de la mañana.

Los restos de un huracán azotaron la ciudad el día anterior, lo que detuvo la construcción, pero todo ha vuelto a la normalidad en la torre de oficinas que han estado construyendo durante ocho meses.

Mientras sale el sol y empieza el tráfico, un nuevo sonido se mezcla con el zumbido de los taxis y buses: un crujido metálico, que no parece amenazador inmediatamente.

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El crujido se intensifica, y alguien grita.

Los trabajadores no pueden escuchar muy bien sobre el ruido de los vehículos diésel y el viento que sopla, pero saben que la voz va dirigida a ellos. El gemido se agudiza hasta transformarse en un chillido. Los hombres alzan la vista... luego se ponen de pie y empiezan a correr; su café sale volado por todas partes. El carpintero elige la dirección equivocada.

Con un estruendo trascendental, la torre de perforación de una grúa de construcción de 116 metros de altura cae sobre la cabeza de James Friarson. Yo llegué a esta horripilante escena dos horas después con un equipo de MLI, investigadores medico-legales de la Oficina del Médico Forense principal de la ciudad de Nueva York.

La grúa había caído directamente a lo largo de una intersección muy transitada a una hora pico y la policía la había cerrado, cortando el tráfico en todas las direcciones.

El MLI que conducía la camioneta de la morgue profería insultos mientras nos movía lentamente hacia el cordón policial. Los investigadores medicolegales son los primeros en responder de parte del examinador médico; se dirigen al sitio de una muerte prematura, examinan y documentan todo lo que encuentran ahí y transportan el cuerpo de vuelta a la morgue de la ciudad para realizar la autopsia.

Yo estaba iniciando un programa de un mes de duración diseñado para introducir a jóvenes doctores al mundo de la investigación forense sobre muertes y nunca había trabajado afuera de un hospital.

"Doctora", me dijo el MLI que se encontraba detrás del volante en una esquina paralizada por completo, "espero que no resulte ser una nube negra. Ayer lo único que tuvimos que hacer fue sacar a una viejecita de la sala de emergencias de Beth Israel. Hoy nos toca hacer esto".

"Cuidado por donde caminas", me advirtió un oficial de la policía cuando salí de la camioneta. El golpe del acero había perforado un agujero de 30 cm en la acera cuando cayó sobre Friarson. Un casco todavía se encontraba ahí, en el suelo, al lado de un charco de sangre y cerebros, café y donas.

Había pasado los últimos cuatro años capacitándome como patóloga de un hospital en un mundo iluminado por luces fluorescentes de laboratorios estériles y batas azules. Ahora me encontraba en una escena del crimen con mucho viento en medio de la hora pico en Manhattan, con sangre en la acerca, luces azules y cinta amarilla, ante una multitud de espectadores y serios policías.

Quedé enganchada.

No soy una persona morbosa. De hecho, no tengo malicia, y soy bastante optimista. Cuando empecé a prepararme en la investigación sobre muertes, a mi esposo, T.J., le preocupaba que mi nuevo trabajo iba a cambiar la forma en la que veía el mundo. Él temía que después de un par de meses de escuchar sobre la cantidad exagerada de formas en las que los neoyorquinos mueren, los dos íbamos a empezar a buscar con nerviosismo qué aparatos de aire acondicionado podrían caernos en la cabeza.

Quizás íbamos a conducir el carruaje de nuestro hijo pequeño alrededor de las rejillas de las acercas en lugar de pasar sobre ellas. Definitivamente, nunca más íbamos a poner un pie en el peligrosísimo Central Park. "Me vas a convertir en una de esas personas locas que salen de la casa con una máscara quirúrgica y guantes", declaró T.J. durante un episodio en el que temimos por el virus del Nilo Occidental.

En cambio, mi experiencia tuvo el efecto contrario... nos liberó de nuestras fobias a las noticias de las seis de la tarde.

Una vez me convertí en un testigo ocular de la muerte, encontré que casi todas las muertes inesperadas que investigué eran el resultado ya sea de algo peligrosamente rutinario o algo peligroso de manera previsible.

Así que no crucen la calle imprudentemente. Usen el cinturón cuando manejen. Mejor aún, permanezcan fuera del auto y hagan algo de ejercicio. Cuiden su peso. Si fuman, dejen de hacerlo ahora mismo. Si no fuman, no empiecen.

Las pistolas les hacen agujeros las personas. Las drogas son malas. ¿Conoces esa línea amarilla en la plataforma del metro? Está ahí por una razón. Resulta que permanecer con vida en su mayoría es cuestión de sentido común. En su mayoría. Como lo aprendería también en la oficina de Nueva York del Examinador Médico principal, los defectos anatómicos que pasan desapercibidos efectivamente hacen que en ocasiones, las personas que de otra forma son saludables, caigan muertas de repente.

Una en un millón de enfermedades fatales aparecen de la nada, y Nueva York tiene ocho millones de personas. Hay alcantarillas abiertas. Balas perdidas. Accidentes con grúas.

"No entiendo cómo puedes hacerlo", me dicen mis amigos, incluso otros médicos. Pero todos los médicos aprenden a tratar como objetos a sus pacientes hasta cierto punto. Tienes que suprimir tus respuestas emocionales, o no podrás hacer tu trabajo. En cierta forma es más fácil para mí, porque un cuerpo muerto realmente es un objeto, ya no es una persona en absoluto. Lo más importante es que el cuerpo muerto no es mi único paciente.

Los supervivientes son los que verdaderamente importan. Yo también trabajo para ellos.