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Facebook

No te metas en mi Facebook

Por Camilo Egaña

Como prefiero un abrazo a un like o un tuit, el fin de semana Twitter me sugiere una y otra vez que vuelva al redil y hasta me pregunta por qué ando tan callado.

Facebook se muestra más audaz. “¿Qué estás pensando?”, pregunta como si mereciera saberlo. O como si realmente le interesara.

Las redes sociales son, pese a lo que digan sus defensores, el esfuerzo más impresionante de los tecnólogos por infantilizar nuestras vidas y  garantizar distintos sucedáneos: de la felicidad, de la amistad, del éxito social, de la auto complacencia.

Tras la emisión en este programa de una entrevista con el actor venezolano Édgar Ramírez, las redes registran un buen número de piropos (para Édgar), agradecimientos y hasta un jalón de oreja de alguien que critica que yo esté demasiado atento al guión. ¡Señora, por Dios, si mi problema ha sido siempre saltarme todos los guiones y vivir como si yo fuera el productor ejecutivo de mi propia vida!

Hay algunos que creen que Facebook es el Aleppo de las redes sociales, que en sus perfiles pueden incriminar, descalificar y ametrallar a cualquiera. Y lo hacen con una alegría digna de mejor causa desde un seudónimo, desde la oscuridad. Como los cobardes.

Los hay que propalan las historias más disparatadas o los mensajes más compasivos y, luego, si te he visto no me acuerdo… ¿De qué vale que me envíes una cadena de oraciones si luego no me das los buenos días o me dices que estás harto de que en CNN hablemos de los refugiados?

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Para mí lo fascinante de Facebook es que nació de algo muy simple: una trastada estudiantil. Quién sabe, a lo mejor por eso Facebook es la apoteosis de la simpleza y el maniqueísmo.

Los que saben dicen que es una cosita tan adorablemente simple que casi cualquier hijo de vecino podría haberla ideado.

Tal vez en eso reside el gran mérito de Facebook, en que cobija casi toda la simpleza y a casi todos los simplones, sin un atisbo de recelo.