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Opinión

A Trump no le interesa si te cae bien

Por Julian Zelizer

Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton y miembro de New America. Ha escrito los libros 'Jimmy Carter' y 'The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society'. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.

(CNN) -- Al presidente Donald Trump realmente no le interesa si te cae bien.

Los medios de comunicación han publicado una reciente ola de encuestas que demuestran que Trump comenzó a ejercer su cargo con un índice de aprobación popular históricamente bajo. Trump, que nunca fue especialmente popular incluso cuando ganó, vio, durante el periodo de transición, cómo cayó su apoyo.

Según la más reciente encuesta de CNN/ORC, comenzó su mandato con la aprobación de sólo el 40% de los estadounidenses, el más bajo de cualquier presidente reciente. De las personas encuestadas, el 53 por ciento dijo que el comportamiento de Trump desde el día de las elecciones ha reducido su confianza en su capacidad para llevar a cabo su labor en la presidencia.

Trump utilizó directamente su modo favorito de comunicación al tuitear que "los mismos que hicieron esas falsas encuestas electorales, que resultaron tan erróneas, están haciendo encuestas sobre mi índice de aprobación. Estos números están arreglados, como los de antes". Mientras que el correo electrónico refleja la muy delgada piel de Trump y el desprecio por todo lo negativo, junto a un poco entendimiento de la diferencia entre las encuestas electorales y encuestas de aprobación, la verdad es que a Trump no le importa.

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Todo el carácter político de Trump gira alrededor de no ser querido. Si se toma como ejemplo a la lucha profesional, una forma de entretenimiento en la que Trump ha estado involucrado, podríamos decir que él es el talón.

Donald Trump ya ha dado sus primeros pasos muy concretos como presidente de Estados Unidos. (Crédito: Ron Sachs/Pool via Bloomberg)

Donald Trump ya ha dado sus primeros pasos muy concretos como presidente de Estados Unidos. (Crédito: Ron Sachs/Pool via Bloomberg)

Hace varios meses escribí que parte de la razón por la que Trump encontró un eco en la cultura estadounidense tiene que ver con una fascinación popular con el antihéroe en las últimas décadas. Nuestras películas y programas de televisión han sido poblados por personajes que nos gusta ver, aunque sabemos en el fondo que no son buenas personas.

No importa si se es Tony Soprano, un jefe de la mafia que está dispuesto a matar a traidores durante una visita a la universidad con su hija, o Walter White de Breaking Bad, un genio que gana dinero para su familia al dirigir un imperio narcotraficante, algunas veces siendo malo también se puede ser bueno.

A lo largo de su campaña presidencial, los expertos se preguntaban cuándo Trump dejaría de hacer enojar a la gente, cuándo comenzaría a extender la mano y cuando dejaría los comentarios incendiarios que hicieron tanto daño a lo largo del camino.

Trump nunca dio ese giro. Siguió siendo el mismo. E incluso con esos índices de popularidad tan bajos que tenía en noviembre, le alcanzó para ganar.

A pesar de que el presidente Obama le devolvió un gran prestigio a la Oficina Oval, todavía somos una nación que vive a la sombra de Richard Nixon. Desde el Watergate, las expectativas de nuestros presidentes han disminuido.

Si bien hubo presidentes que fueron muy del gusto de los votantes, como por ejemplo Ronald Reagan y Bill Clinton, también nos hemos vuelto más intransigentes y cínicos en nuestras expectativas sobre qué esperar. Parte de la estrategia de Trump fue reconocer que había suficientes votantes a los que les gustaba un candidato duro, agresivo y a menudo desagradable para trazar un camino para llegar al cargo más importante del planeta. Cuando el Times de Londres le preguntó sobre quiénes eran sus héroes, su respuesta no fue sorprendente: "Bueno, no me gustan los héroes, no me gusta el concepto de héroe".

Parte de su estrategia también se basa en la creencia de que en un país amargamente polarizado y dividido, un candidato puede prosperar no tratando de unir a las personas, sino aprovechando las cosas que nos separan.

En lugar de buscar un acercamiento con aquellos no muy afines a sus ideas, fue muy dado a darle carne fresca a la base republicana y a aprovechar la ira secreta y la desesperación de los demócratas que estaban dispuestos a cambiar de lado. Al fomentar la división y centrarse en las fortalezas institucionales de su partido, Trump anticipa que una presidencia divisora será suficiente para ganarle a la oposición. Aunque su tuit acerca de las encuestas se centra en la forma en que éstas puedan estar erradas, algo más relevante para él es que la cuestión básica ni siquiera importa. Ser querido es sobrevalorado en la política presidencial.

El mayor activo con el que él cuenta es el Congreso dominado por los republicanos. Al menos durante los próximos dos años, Trump es lo suficientemente astuto como para saber que se enfrentará a un Congreso republicano que en la mayoría de los asuntos está bastante unido y hasta ahora ha estado satisfecho con muchas de las muy conservadoras elecciones que ha hecho para el gabinete.

Si Trump puede evitar sus peores instintos y si los escándalos de conflicto de intereses o de abuso de poder no derrumban su presidencia, hay razones para creer que un Congreso republicano inclinado hacia la derecha estará a su lado siempre y cuando esté a favor de los recortes en impuestos, desregulación y defensa. Con Jeff Sessions como fiscal general y Scott Pruitt en la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés), ¿por qué no les habría de encantar si está del lado republicano del pasillo?

Queda por ver si esta estrategia funcionará a largo plazo. Hasta ahora, Trump ganó la nominación republicana, las elecciones presidenciales y ya asumió como jefe de Estado. Así que los expertos no deben apresurarse en rebajarlo.

Es posible que el viejo axioma de "divide y vencerás" sea una receta para el éxito político en nuestra era polarizada, incluso si muchos estadounidenses no quieren reconocer la verdadera naturaleza de nuestro universo político.