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Esto es una prueba

Éxodo de venezolanos

Éxodo en Venezuela

Fuga de cerebros en Venezuela: "Extraño a mi mamá, pero no quiero regresar"

Por Patrick Gillespie

(CNNMoney) -- Alejandro Nava va a abandonar Venezuela. Y no planea regresar.

Nava quiere irse al extranjero porque ha perdido la esperanza en su país, que está lidiando con una crisis económica que se salió de control y ha desencadenado una lista interminable de problemas crónicos, que van desde crímenes y violencia hasta falta de atención médica básica.

El año pasado, su familia de clase media pasó varias semanas sin tener alimentos básicos como huevos, leche y mantequilla, mientras el país atraviesa por una crisis de escasez de alimentos. Pero ese no es su mayor problema. Es la seguridad.

“Cada día vivimos con miedo constante de que nos roben o de que nos disparen”, dice Nava. “No hay sensación de estabilidad. No puedes ahorrar dinero, no puedes planear para el futuro”.

Nava, de 24 años, se mudará a Estados Unidos, que hace poco le dio una visa de inmigrante. Abogado y profesor universitario en Maracaibo, Nava gana 50 dólares mensuales. La inflación galopante ha diezmado su salario. En Estados Unidos espera trabajar como asistente jurídico mientras se postula para la escuela de leyes de cualquiera de las universidades de la Ivy League (las prestigiosas universidades privadas del noreste de EE.UU.).

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Alejandro Nava, abogado venezolano de 24 años, está abandonando su país para irse a vivir a Estados Unidos.

Nava es solo uno de muchos venezolanos altamente calificados que están abandonando su país, una tendencia que tiene graves implicaciones para el futuro de Venezuela.

Casi 2 millones de venezolanos han dejado el país desde 1999, cuando asumió un régimen populista, según Tomás Páez, profesor de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, y experto en emigración. Venezuela tiene 30 millones de habitantes.

Y ese ritmo está cobrando velocidad rápidamente. El año pasado, los análisis de Páez hallaron que cerca de 200 mil venezolanos abandonaron el país. Eso es el doble de los 100.000 que, en promedio, dejaron Venezuela cada año entre 1999 y el 2015.

Otros datos sustentan sus hallazgos. Las solicitudes de asilo de los venezolanos en Estados Unidos aumentaron cerca de un 170% el año pasado, según un estudio del Pew Research. En Argentina, las solicitudes de residencia por parte de venezolanos aumentaron un 120%. En España, el número de inmigrantes venezolanos se duplicó en los últimos dos años.

El gobierno de Venezuela no publica ninguna información oficial de emigración.

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La ironía trágica es que Venezuela —un país rico en recursos— solía tener una larga historia de acoger inmigrantes y ahora está sufriendo de emigración masiva. Y Páez dice que muchos de los que se van son personas con estudios, profesionales cualificados.

El fin de la crisis de Venezuela no está a la vista. La escasez de comida y de medicamentos ha paralizado al país, mientras que el crimen violento obliga a muchas personas a no salir de casa en las noches y los secuestros se han vuelto cada vez más comunes.

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La semana pasada, el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela asumió las funciones de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora, en una movida que prácticamente le hubiera dado plenos poderes para que hiciera sus propias leyes. La decisión fue rápidamente reversada, tras la presión e indignación pública que se desató, no solo dentro del país sino internacionalmente.

Se espera que la inflación se dispare este año hasta un 1.660% en Venezuela, según el Fondo Monetario Internacional. Y la moneda local, el bolívar, se ha depreciado tanto que hoy vale menos de un centavo de dólar.

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Nava reconoce que es un afortunado por tener la oportunidad de irse a Estados Unidos, donde cree que conseguirá trabajo. Pero muchos otros simplemente huyen a donde puedan lo más rápido posible.

Analiz Suárez tuvo que a abandonar a su madre enferma, Onelia, e irse a vivir a Buenos Aires (Argentina). Vive en un apartamento para siete personas y con un solo baño, que comparte con cinco venezolanos y un cubano. Suárez llegó en junio pasado tras intentar, infructuosamente, de que le dieran un permiso de residencia en Colombia.

Analiz Suárez es periodista venezolana y tiene 37 años. Primero trató de conseguir un permiso de residencia en Colombia. Cuando se lo negaron, se fue a vivir a Argentina.

Experiodista, Suárez, de 37 años, trabaja hoy en una compañía de mercadeo digital y gana 14.000 pesos argentinos (909 dólares) mensuales. Mucho más de los 100 dólares mensuales que recibía al final del 2014 cuando vivía en Caracas, y la hiperinflación hacía que sus ganancias se esfumaran rápidamente.

Sin embargo, después de pagar impuestos, el alquiler de la vivienda, la comida y ahorrar algo para comprar los tratamientos médicos que necesita su madre, además de volar para mudarse a Argentina, a Suárez apenas le alcanza el dinero para sobrevivir. Por eso, ahora trata de hacer trabajos de diseño gráfico y escribe comunicados de prensa para empresas, de manera independiente.

Suárez trata de ahorrar en todo. Ahora ella misma se corta el pelo y dejó de pintárselo. Compra lo mínimo de comida. Solo vio una película en el cine durante los primeros seis meses que estuvo en Argentina. Las noches de los viernes las pasa bebiendo cerveza barata con otros venezolanos en su apartamento abarrotado. Todos ayudan.

Se dice a sí misma que no debe perder la esperanza de que las cosas van a mejorar.

“Mis amigos no viven en mi país, todos se fueron”, afirma Suárez. Sobre la idea de no volver nunca a su país, dice: “Debes cambiar tu forma de pensar para hacerte fuerte y no caer en la depresión”.

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Diego Hernández, de 23 años, tampoco regresará a Venezuela. Se fue a Estados Unidos, trató de ingresar en una universidad y de que lo apoyaran con la visa pero no tuvo éxito y luego decidió que también se iría a vivir a Argentina.

Llegó en agosto del año pasado y vive con su hermano mayor, quien pidió no ser nombrado porque dice que una vez lo secuestraron en Venezuela.

Hernández ha vivido en tres apartamentos distintos en ocho meses. Las paredes del apartamento donde está ahora están deterioradas. El lugar está justo a lado de la vía por la que pasa un tren de cercanías, en los alrededores de un barrio lujoso. Oye el ruido del tren cada cinco minutos. El colchón de Hernández está en el piso. El único lujo que se dan es entretenerse jugando con una vieja PlayStation.

A pesar de las dificultades que pasa cada mes y de que prácticamente no le alcanza el dinero que gana trabajando en una tienda de ropa en Buenos Aires, el venezolano Diego Hernández dice que allí vive tranquilo.

Hernández trabaja en una tienda de ropa y gana 10.200 pesos mensuales (662 dólares). Después de restarle los gastos de subsistencia le queda el equivalente a 135 dólares por mes, lo que quiere decir menos de 5 dólares diarios. Está buscando un segundo trabajo mientras estudia en la Universidad de Buenos Aires por las noches, esperando graduarse algún día como nutricionista.

Sin embargo, aprecia las pocas presiones que tiene en la capital argentina. Dice que puede usar su teléfono celular en la calle sin miedo de que lo roben o lo maten.

Su madre suele llamarlo desde Caracas, llorando porque su hijo se ha ido y no volverá nunca.

“Realmente es muy duro. Extraño a mi madre, mi familia, mi casa, mis costumbres, mis comidas favoritas”, dice Hernández. Pero, “si Venezuela no cambia, no regresaremos”.