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De inventores a emprendedores: los argentinos que lograron llevar sus inventos a los consumidores

Por Iván Pérez Sarmenti

(CNN Español) -- Inventar cosas es muchas veces encontrar solución a pequeños problemas cotidianos. Esa fue la premisa de Ricardo Maclen para idear y lanzar su invento.

“Yo lo que pretendía hacer era un emprendimiento propio y desarrollar mi profesión, dentro de mis especialidades, pero no quería replicar o hacer cosas que ya existían”, recuerda.

Por eso, pensó en algo novedoso. “Tuve la idea de empezar con el tema de los medicamentos en cuanto al envasado. Vi que en el caso de las farmacias que elaboran fórmulas magistrales con la receta del médico, las envasaban en frasquitos de plástico que tienen el inconveniente de que se pueden contaminar, se humedecen al abrirlo, el paciente las manosea. Todo eso genera que se malogre un medicamento que se elabora con tanto esmero en la farmacia”.

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Así nació una solución a pequeña escala para farmacias, universidades o incluso odontólogos, pero con los mismos estándares que utilizan los laboratorios de alta producción.

“Detecté que había un pequeño mercado que nadie lo estaba atendiendo. Es decir, gente que tenía un requerimiento, pero que nadie estaba pudiendo resolverle ese problema. Entonces dije ‘vamos a entrar acá donde no tengo competencia y podemos ayudar a gente que está necesitando un envase seguro’”, dice Maclen.

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Pero para eso primero tuvo que investigar. “Yo no tenía mucho conocimiento de blíster y de termoformados, pero dije ‘yo lo voy a hacer’. Me puse a investigar, a estudiar, a trabajar sobre el tema y en las horas libres, armar un prototipo. Hasta que vi que funcionaba, que era viable”.

Maclen explicó que con el prototipo que patentó para evitar copias, comenzaron otros desafíos. “Renuncié a mi empleo sin que esto todavía funcionara. Así que fue un salto al vacío de alguna manera. Y bueno, durante un tiempo estuve trabajando, invirtiendo los ahorros que tenía, sin apoyo de ninguna especie. Hasta hice el lanzamiento del producto en la exposición del sector y vi que gustó mucho, que era realmente necesario para mucha gente”.

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Maclen seguía atravesando etapas, pero lejos de llegar a la meta, se sumaban nuevos retos. “El inventor muchas veces cree que su trabajo termina cuando tiene un prototipo que funciona bien supongamos, pero ese es el inicio. Después hay que meterlo en el mercado. Requiere campañas de publicidad, armar una producción, lograr que los costos cierren, que sea accesible en cuanto al precio de lo que está brindando. Todo eso es lo que el inventor digamos amateur se queda en el camino. Llega hasta un punto y después requiere asociarse o a veces es celoso de su invento y ahí aparecen otras dificultades”.

El invento de Nicolás Di Prinzio también surgió a raíz de una situación cotidiana: cuando se le cayó el señalador de un libro. Así nació uno que no se cae. “Se llama Flaps. Tiene dos imanes dentro, una película que lo recubre que permite utilizarlo sin necesidad de abrirlo. Entra en la página que nosotros queremos marcar y marca exactamente el renglón. No se cae ni se mueve de forma involuntaria. Permite soporte publicitario y también se vende en librerías, en tiendas”, explica su creador.

Di Prinzio y Maclen inventaron productos muy disímiles, pero ambos enfrentaron un reto idéntico: transformarse en emprendedores y aprender a hacer un poco de todo para llegar al consumidor final.

“En mi caso no hubo inversores fuera de lo que he invertido y de la ayuda familiar que fue muy importante en su momento, que eso fue en forma progresiva”, relata Di Prinzio. “Pero bueno, después volvía a reinvertir la mayor parte de lo que iba entrando en caja. El día a día y con ganas de ir creciendo constantemente”, agrega.

Maclen se convirtió en un hombre orquesta. “Hice todo yo. Tanto desde el invento, a la puesta en punto de la producción. Empezar a desarrollarlo, hacer la publicidad, desarrollar un buen sitio web para que esto se conozca, porque esto funciona así. La gente lo conoce a través de internet actualmente. Así que mi estilo fue estar en todos los sectores de la empresa”.

Pero lejos de asustarlos, el desafío los estimula para seguir creando. Así Di Prinzio acaba de lanzar un nuevo invento: Trabalitos. Es un juego didáctico que permite a niños a partir de tres años armar estructuras tridimensionales, con volumen. Después lo pueden volver a desarmar y guardar como si fuera un rompecabezas. El detalle es que es inocuo porque es de goma.

“El producto ha ganado en abril de 2018 la medalla de oro en la Ginebra Inventions. Que es la exposición más importante de inventos en el mundo en su categoría”, cuenta orgulloso Di Prinzio.

Ambos inventores, con varios años en el terreno, ven retos similares a la hora de innovar.

“Muchas veces el inventor no está familiarizado con la cuestión más comercial. Al inversor lo que le interesa es ‘cuánto voy a poner y cuánto voy a ganar’. O sea, ‘cómo le saco beneficio a esto’. Entonces el inventor tendría que saber armar un plan de negocios, hacer una proyección económica. Todo eso muchas veces el inventor no lo conoce. Así que para eso hay que formarse”, sostiene Maclen.

Di Prinzio, por su parte, agrega: “Hay un tema cultural, que es que no se conoce al inventor como tal. No hay conocimientos de cómo son los procesos de patentes y demás. Diferente a otros países como en Estados Unidos, que ya la cultura conoce cómo es el proceso del inventor y cómo un producto nuevo tiene un potencial muy diferente a uno que ya existe”.

El desafío de los inventores no solo es generar una buena idea. Si quieren que sus invenciones lleguen al mercado, también tienen que emplear su creatividad para resolver el rompecabezas de los costos, la producción y la comercialización. Quizás en un principio resulte intimidante, pero actualmente en países como Argentina más emprendedores demuestran que es posible.