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Inmigración

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Corrupción, violencia y pobreza: la potente ecuación que desató la caravana centroamericana

Por Geovanny Vicente Romero

Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Está por finalizar una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Síguelo en Twitter: @GeovannyVicentR. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) -- La frase célebre que dice que “todos los caminos conducen a Roma” encuentra su actualización en una movilización de hondureños que se formó de manera espontánea el 13 de octubre en la ciudad de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, y se convirtió en una gran caravana de migrantes centroamericanos cuyos pies caminan una ruta que para muchos solo conduce a un destino final: Estados Unidos.

Hay que destacar que esta caravana fue concebida como una emigración en grupo (con tamaño inferior al actual), para apoyarse mutuamente durante el viaje, iniciada por unas 160 personas y a partir de ese momento el resto es historia. Como una bola de nieve creció en su paso por Guatemala (1.600) y se fortalece en México.

La emigración centroamericana hacia Estados Unidos no es nueva. La sorpresa que nos llevamos es que —en los últimos días— se dio de forma masiva y unificada. Por décadas, la región ha experimentado este fenómeno migratorio. De hecho, la economía centroamericana se beneficia considerablemente de las remesas recibidas gracias a la emigración, llegando este ingreso a tener gran importancia en el Producto Interno Bruto (PIB) de estos países de Centroamérica y el Caribe. De acuerdo con datos que el Banco Mundial analiza conjuntamente con las estimaciones del PIB que realiza el FMI y la OCDE, en el caso de Honduras, el aporte de sus migrantes significó un 18,81% en 2017.

En cuanto a El Salvador, hablamos del 20,37% y en Guatemala encontramos un 11,18%. Este es el impacto que las remesas tienen en el Triángulo Norte Centroamericano, como es llamada esta zona.

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El peso de las remesas es aún mayor en la nación caribeña de Haití, cuya economía en 2017 dependió en 29,25% de los envíos de sus nacionales en el extranjero, frente a un 7,8% de la República Dominicana, cuyo porcentaje, aunque mucho menor, sigue siendo una dependencia importante para cualquier economía. En 2017, República Dominicana fue el país que mostró mayor crecimiento de remesas con un ingreso de US$ 5.912 millones y un crecimiento anual del 12,4%.

Hicimos este preámbulo económico porque los números hablan y si no entendemos su relación de causa y efecto, así como las variables y los factores que determinan este comportamiento no entenderemos la razón por la cual esta caravana se inició en Honduras, en el centro de la región que es considerada la más desigual del mundo: América Latina.

Tampoco es casualidad que San Pedro Sula, ciudad que se destaca por ser el centro de operación de las empresas industriales más importantes de Honduras —también conocida por ser una de las ciudades más peligrosas del mundo— haya sido el epicentro que sirvió de arranque para esta travesía con dimensión de crisis humanitaria. En el ranking de 2014 que publicó la ONG mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública, San Pedro Sula fue la ciudad menos segura del mundo por cuarto año consecutivo. Es decir, una persona en la favela de Alemao en Brasil, estaba más segura que una en Honduras. En 2016, Caracas, capital de Venezuela, se consolidó en el primer lugar del mundo en esta lista deshonrosa.

Este flujo masivo de migrantes fue la única salida que esta gente encontró a tres flagelos que venían atacándola: violencia, pobreza y corrupción. En el caso de Honduras, país que, después de Haití, es uno de los más pobres del hemisferio, su pobreza en parte encuentra su causa en fenómenos como la corrupción. Este nivel de pobreza ya ha sido analizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Todo esto, sumado al descontento social, es el caldo de cultivo que necesita un pueblo para encontrar la solución menos convencional a sus problemas.

No olvidemos que las instituciones hondureñas aún se recuperan del golpe de Estado a Manuel Zelaya en 2009 y que apenas en 2017, la democracia del país estuvo a prueba tras los resultados de los comicios que en las que fue reelegido presidente Juan Orlando Hernández frente a Salvador Nasralla. En esa ocasión, la Organización de Estados Americanos pidió elecciones nuevas. El oficialismo había logrado permanecer en el poder a pesar de que la Constitución prohibía la reelección presidencial. Con una decisión del Tribunal Electoral, Hernández logró lo que no pudo Zelaya con el referéndum que contribuyó a su caída. Todo esto hace que el origen de esta caravana migratoria sea multifactorial.

En cuanto a El Salvador, el crimen organizado es una cuestión seria, pues desde la guerra civil el país viene luchando con el problema de las pandillas, conocidas popularmente como “maras”, agrupaciones criminales que hacen que la vida del salvadoreño sea un calvario al que unos ya se acostumbran y se imponen un “autotoque” de queda para evitar ser asaltados, mientras que otros deciden salir del país hacia otro más seguro. En un lugar tan pequeño como El Salvador, ya en 2015 el ministro de la Defensa, David Munguía, llegó a plantear que estas pandillas superaban en número a sus cuerpos de seguridad.

Guatemala, país que forma parte de la ruta de la caravana, no obtiene buena calificación en los temas que afectan a El Salvador y Honduras, pues en el Informe Nacional de Prácticas de Derechos Humanos de 2017, realizado por el Departamento de Estado de Estados Unidos, los aspectos de corrupción y violencia quedaron muy resaltados. Como hemos mencionado antes, el trinomio violencia-pobreza-corrupción ha desencadenado en migraciones, pero hay que destacar que antes del 13 de octubre esto era más evidente en los venezolanos que escapan de la situación de su país, especialmente hacia el sur. Un venezolano debe caminar 8.000 km a pie para llegar a Argentina y son muchos los que se ven obligados a hacerlo.

La corrupción en América Latina sigue siendo una asignatura sin resolver. La organización Transparencia Internacional (TI), en su informe anual global para el año 2017, refleja cómo América Latina queda reprobada en la percepción de corrupción. En una escala de 0 a 100, Nueva Zelandia obtiene 89 puntos y en las Américas, vemos a Canadá que saca la cara con 82 puntos, mientras que en Centroamérica tenemos a Nicaragua con 26, Guatemala con 28, Honduras con 29 y El Salvador con 33.

En esta medición, Venezuela (18) ocupa el puesto de mayor corrupción, solo seguido por Haití (22). Un dato curioso que Nicaragua comparte con Azerbaiyán, un país muy lejos en Asia, es el hecho de que en ambas naciones el puesto de la vicepresidencia y el cargo de primera dama, están ocupados por una misma persona, la esposa del presidente. Esto envía un claro mensaje sobre el deterioro de las instituciones reflejado en el fenómeno del nepotismo. La corrupción es el síntoma común de la región que atenta contra su propio crecimiento. En 2016, el FMI señaló que la corrupción le cuesta al mundo un 2% de su PIB, yo me atrevo a pensar que debe ser un poco más. Este dinero que se escapa no crea empleos y sin empleos las personas emigran.

Al escuchar las historias personales de aquellos que se encuentran marchando por el camino de lo que ellos interpretan como la búsqueda de la paz, la seguridad ciudadana y el progreso económico, nos damos cuenta que esta sencilla, pero poderosa formula que suma los factores corrupción, violencia y pobreza, nos da como resultado la emigración y presenta un mínimo común denominador en la gran mayoría de estos migrantes: la aspiración por una mejor vida para ellos, sus hijos y los familiares que han dejado atrás.

Lógicamente, como migrantes que son, están conscientes de que en tierras ajenas no siempre serán recibidos como en casa, pero también saben que en naciones que se rigen por el imperio de la Ley y que cuentan con instituciones sólidas – al menos más fuertes que aquellas de sus países– el que trabaja honradamente alcanza el progreso y logra echar su familia hacia adelante porque en la tierra de las oportunidades los limites vienen determinados por el nivel de esfuerzo personal que cada uno pone para superarse.