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Emigración prenatal: el derecho a nacer

Por Jorge Gómez Barata

Nota del editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) -- La condición de madre no ha escapado a las tragedias asociadas a la opresión y la pobreza. Las esclavas africanas, explotadas sexualmente, además de servir para trabajar y proporcionar placeres malvados a depravados amos, producían crías.

Tal vez por la magnitud de la ignominia, la primera concesión de los esclavistas fue declarar “vientres libres” a las esclavas grávidas que parían hijos emancipados sin alcanzar ellas mismas la libertad. En Iberoamérica se llamó “libertos” a esas criaturas y en Estados Unidos “freeborn”, algo así “como nacido libre”. La paradoja recuerda a los bebés que hoy nacen estadounidenses sin que sus madres puedan serlo.

En el presente, la desigualdad nacional ha generado una nueva modalidad de asumir la maternidad, se trata del llamado “turismo de parto”, que consiste en viajar a países desarrollados donde se practica el “Ius soli” (derecho de la tierra), que vincula legalmente el suelo a la persona, generando la “ciudadanía por nacimiento”. Una figura distinta, aunque no necesariamente contrapuesta es el “Ius sanguinis” o “derecho de sangre”, que asocia la ciudadanía de los hijos a la de los padres.

Muchas personas estiman que, al nacer ciudadanos de Estados Unidos, Canadá u otros países desarrollados, donde se aplica la ciudadanía por nacimiento, sus hijos tendrán mejores oportunidades. En Estados Unidos donde esa práctica no constituye delito, existen compañías que ofertan “paquetes” del tipo “todo incluido” que según BBC News pueden costar entre 15.000 y 80.000 dólares.

Al respecto, es preciso aclarar que los países que practican el “Ius soli” o ciudadanía por nacimiento, no reconocen el “Ius sanguinis”

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inverso, lo cual significa que tener hijos estadounidenses, canadienses o franceses por nacimiento, no hace ciudadanos ni residentes ni tampoco dota de derechos especiales a los padres. Es frecuente el caso de turistas o personas con visas temporales que desean permanecer en los países de acogida sin poder lograrlo. Sus hijos estadounidenses pueden quedarse y los padres no.

Aunque viajar a Estados Unidos o Canadá con el propósito de parir allí no constituye delito, algunas dependencias y funcionarios creen poder penalizar a las mujeres cuando se compruebe que han mentido al falsear los motivos del viaje y ocultar su condición de embarazadas. No obstante, todavía no existen legislaciones al respecto.

Los avances de la Unión Europea en materia de integración y unidad política, condujeron a la adopción en 1992 del Tratado de Maastricht, en el cual se establece que: “Es ciudadano de la Unión Europea toda persona que ostente la de un Estado Miembro...” La ciudadanía de la Unión, no sustituye a la nacional.

Tal vez, técnicamente hablando, lo cual es difícil cuando se trata de humanos, los países que cuentan con enormes territorios y poca densidad poblacional ganan más de lo que pierden. Por ejemplo, Estados Unidos con casi diez millones de kilómetros cuadrados y una densidad poblacional de unas 33 personas por km², se beneficia porque obtiene a los hijos sin haber criado a los padres.

Aunque personalmente preferiría que tales fenómenos no existieran y que a las mismas personas se les aplicara a la vez el “Ius soli”, derecho de la tierra y el “Ius sanguinis”, “derecho de sangre”, y más aún que todos los terrícolas fueran ciudadanos del mundo, comprendo que por ahora tales sueños no son practicables.

Entre tanto, mientras la utopía no se materialice, no encuentro argumentos válidos para criticar a las parejas o mujeres que mediante emigración nonata procuren un futuro mejor para sus hijos. De alguna manera sus vientres son también libres. Estados Unidos debería sentirse orgulloso de dar libertad también a los nonatos.

Como un día con inspirada prosa humanista escribió el afamado autor novelas para la radio, Félix B. Caignet, al final, se trata de “El derecho de nacer”. En todo caso, les deseo éxitos.