arrow-downcloseCNNEcomment-02commentglobeplaylistsearchsocial-facebooksocial-googleplussocial-instagramsocial-linkedinsocial-mailsocial-moresocial-twittersocial-whatsapp-01social-whatsapptimestamptype-audiotype-gallery
El Apunte de Camilo

La hora de los brujos y otras malas hierbas

Por Camilo Egaña

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) -- Quien crea en esa cosilla aguachenta de que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, que se abstenga de esta letrilla.

Porque lo que se intenta es ir un poquito más allá del comodín para hablar de la política y de los políticos.

Y la idea es hacerlo a partir de una certeza —si es que se puede hablar de certezas en el mundo en que vivimos—: el futuro de las democracias está en peligro.

Treinta años después de la caía del Muro de Berlín cuando todo olía a cemento fresco, se alejan cada vez más la política profesional ("la de toda la vida") y lo que la gente necesita; las desigualdades se multiplican e impera el chirriante discurso que pronuncian los demagogos y otras malas hierbas.

Es el discurso de la simpleza y de los simplones: el que apela siempre a las emociones. Como si ya no pudiésemos razonar.

Qué bien vendría preguntar, aunque las respuestas parezcan ardillas escurridizas.

¿Para qué sirve el histrionismo en política?

¿Dónde quedaron los líderes de la talla de Olof Palme, Konrad Adenauer o Helmut Kohl?

¿Hasta qué punto las instituciones sirven de dique ante esos sujetos tan mercuriales que terminan en el poder?

¿Qué tanto se le puede achacar al votante, a la prensa y a los partidos del descrédito de la política?

¿Pero qué pasaría si de pronto, los políticos y los votantes se tomaran en serio la política?

Supongo que desaparecerían de los corredores políticos, los llamados "hombres de pueblo": esos sujetos que le cantan las cuarenta cualquiera menos a sí mismos; criaturas con unas ganas incoercibles de salvar a sus países de todas las amenazas posibles e imposibles; individuos incapaces de medir las consecuencias de sus actos y de sus pactos. Arquitectos de lo desechable.

Un chofer de autobús no sería presidente; ni dos comediantes tampoco, en Guatemala y en Ucrania.

Ni el presidente filipino se habría atrevido a decir ante una multitud que él "solía ser gay" antes de “curarse”, gracias a las mujeres hermosas.

Ni el presidente cubano designado por Raúl Castro, habría dicho que el “periodo especial’- la peor crisis que ha sufrido Cuba tras la desaparición del mecenazgo soviético-, fue un “acto de creación colectiva”. Ni Bolsonaro se habría burlado de la apariencia de la primera dama de Francia; ni un senador y un candidato a la presidencia de Estados Unidos habrían hecho alusión al tamaño de sus falos para significar sus habilidades políticas.

Trump a lo mejor, hubiese seguido en lo suyo. Y en la televisión, que también es lo suyo. Quién sabe.

Curioso lo que le oí decir a un famoso diseñador de modas, que lo elegante hoy es no comportarse como los políticos Y que conste, es un hombre que sabe mucho del uso de las máscaras.