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OPINIÓN Coronavirus: consecuencias políticas tras la primera ola de covid-19 en EE.UU.

Por Roberto Izurieta

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Álvaro Colom of Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español.

(CNN Español) -- Conversando con un epidemiólogo de las últimas informaciones que tenemos sobre el desarrollo y futuro de esta pandemia en EE.UU., la gran pregunta que queda sin respuesta es acerca de las consecuencias de esta pandemia en la política. Luego de meses de crisis sanitaria, millones de enfermos y cientos de miles de muertos, hoy sabemos mucho más sobre este virus que lo que sabíamos en enero.

Primero hago un llamado a la calma: sigo sosteniendo lo que mencioné en mi primer artículo. Lo más probable es que el índice de letalidad en la población general sin enfermedades crónicas será menor al 1%. Recordemos que los primeros indicadores del índice de letalidad que venían desde Italia y España superaban el 10%. Esto no hace que esta pandemia sea menos grave y trágica, ya que son casi 100.000 los muertos por esta pandemia solamente en EE.UU. También ahora comenzaremos a tener los resultados de las pruebas de anticuerpos que buscan analizar y estimar, a través del muestreo probabilístico, la que llaman la inmunidad de rebaño. Esta semana han anunciado los resultados de dichas pruebas en Guayaquil y Quito y sería muy alentador. Eso quiere decir que, en Quito y Guayaquil, pudiera haber ya bastantes individuos inmunizados naturalmente, y aunque estos números no son suficientes para evitar otra ola epidémica, posiblemente disminuya un poco la velocidad de transmisión del virus en esa nueva ola epidémica. Como lo he descrito en los artículos anteriores, lastimosamente esta pandemia podría venir en olas, pero afortunadamente la segunda ola nos encontrará más preparados. Y aunque puede que la vacuna todavía no esté disponible, los nuevos tratamientos están saliendo en tiempo récord y mejorando cada vez más. Eso bajará aún más el índice de letalidad, lo cual nos debería dar mayor tranquilidad.

Recordemos que la razón más urgente de la cuarentena universal era -ante todo- que el sistema de salud no colapse, y como vimos en Nueva York, Seattle y en otras partes de EE.UU., el sistema de salud estuvo sumamente estresado y a casi al máximo de su capacidad, pero no colapsó. Sin embargo y trágicamente vimos imágenes desgarradoras del norte de Italia donde muchos hospitales colapsaron y desde Guayaquil vimos cadáveres en las calles, al colapsar a su vez los servicios funerarios.

Más allá de estos resultados, nuestra atención principal sigue en la vacuna que podría acabar con la amenaza de este virus de manera definitiva (al disminuir su capacidad de contagiar a otros, como lo hizo la vacuna del sarampión, una enfermedad mucho más contagiosa que el covid-19, y que por muchos años fue casi eliminada de todo el continente americano gracias a una simple vacuna que es muy barata. Hay buenas noticias también en este frente: el gobierno estadounidense acaba de anunciar que es posible que haya -al menos en EE.UU.- una vacuna para fin de año, y China ha hecho también un anuncio alentador, al decir que cuando la suya esté lista, la compartirá con los países que la necesiten (ojalá, aunque ojo, las palabras son más baratas que los hechos).

Si basamos nuestra esperanza solamente en la vacuna, no podremos avanzar mucho, por eso considero que nos debemos concentrar en los tratamientos. Como dije en mi primer artículo sobre el tema en marzo, el suero de los pacientes que se recuperaron de la enfermedad constituye un tratamiento muy prometedor, barato y accesible a todos los países, y otros tratamientos prometedores se seguirán anunciando casi semanalmente, pues la ciencia del mundo interconectado por internet se mueve a velocidades espeluznantes.

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Enfoquémonos entonces en la existencia de tratamientos y también en el porcentaje de gente recuperada; eso tiene que ser el motor de nuestra esperanza. El miedo no ha logrado ganar ninguna guerra, y las cuarentenas excesivas tienen un precio económico que paga en su mayoría el pobre.

Asumir y planificar en función de todos estos elementos descritos parece más fácil para estimar las consecuencias políticas y electorales de esta primera ola o de una segunda antes de las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos. El desarrollo y la reactivación económica jugarán un rol muy importante en esto. Sostengo que es muy difícil una campaña electoral sobre la continuidad de un gobierno cuando hay graves problemas económicos, aunque, como ocurre en este caso, el gobierno de turno llame a esto una guerra (ningún presidente estadounidense ha perdido una elección en tiempo de guerra, a pesar de la economía). En EE.UU., el desempleo podría superar el 20%, y aunque esperamos que baje fuertemente para fin de año y la perspectiva es que continúe bajando para el próximo, es muy difícil pedir la continuidad de un gobierno cuando el desempleo bordea o supera un 10%.

En mi artículo anterior también me refería al debate político de cuándo abrir la economía. Si bien la mayoría de los votantes (que son los que interesa al político) prefiere que no se abra aún, pienso que esa respuesta puede ser similar a cuando preguntamos en una encuesta dónde procesar los desechos de basura: siempre responden “¡donde sea, pero no en mi patio trasero!”. O sea, tomar cualquier respuesta de una encuesta al respecto me parece muy arriesgado. El animal humano es voluble, y muchas veces cambia su posición según el viento dominante, hoy es la realidad del coronavirus (aumentada por un nivel importante de paranoia). Sostengo, que cuando la gente no pueda estar más tiempo encerrada en casa (por razones económicas, o de salud mental o física), igual comenzarán a salir. Espero que entonces al menos lo hagan con orden, prudencia, distancia social y usando tapabocas en público. Por ello, es mejor guiar esa salida ordenada que intentar reprimirla. Sin embargo, los dirigentes de nuestros países latinoamericanos tienen tendencia a tratar de resolver problemas de salud pública con fuerza policial, que no suele solucionar el problema pero que pudiera abrir grandes puertas al abuso y la corrupción.

En cuanto a EE.UU., la manera cómo maneje la actual administración esta delicada decisión y lleve a cabo la reactivación económica serán aspectos clave en la elección de noviembre. Lo que hagamos ahora en este proceso de abrir o no la economía y cómo hacerlo, nos lleva a otra percepción importante para la elección: cuál partido político o candidato proyecta la imagen que empuja la economía para adelante para su pronta recuperación y cuál la retrasa. La gente también vota sobre el futuro. Entonces, la otra pregunta que los votantes de noviembre harán, más allá de preguntarse quiénes hicieron un mal trabajo en estos meses de pandemia, es con qué candidato o partido el futuro de la economía promete una más pronta recuperación. Ello da, por un lado, ventajas al populista, que promete lo imposible sin miedo al juico de la verdad (que para el populista es tan maleable como cualquier otra cosa), aunque deba en cambio acarrear el peso de sus anteriores mentiras.

Existe otro factor igualmente determinante como lo es la economía o la política para estimar que pase en la elección de noviembre, y este será cómo la mayoría de la gente procese el miedo que siente para, primero, salir o no de sus casas, y segundo, lo que es más difícil, entrar a un restaurante o a una tienda, luego de su cuarentena. El segundo punto determinará cuánto empleo, consumo y reactivación económica habrá en noviembre. Y el miedo será un factor también en determinar si el votante sale a votar, por lo cual fomentar y facilitar el voto por correo será un test de la fuerza y viabilidad de la democracia estadounidense en tiempos de crisis.

Pero ese será tema de un próximo artículo.