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No todos tenían que morir: un momento de reflexión sobre las 100.000 muertes por coronavirus en EE.UU.

Por análisis de Stephen Collinson

(CNN) – La primera tragedia del hito desolador del coronavirus en Estados Unidos es que 100.000 personas no tenían que morir. La segunda es que nadie sabe cuántos más perderán su vida antes de que la pandemia desaparezca.

El saldo de muertes pasó los seis dígitos en la tarde de este miércoles: 100.000 víctimas, que eran estadounidenses con vida hace varios meses cuando el virus viciosamente infeccioso llegó. El hito es la historia de madres, padres, abuelos, hermanos, cónyuges e incluso hijos perdidos. Las familias están destrozadas, y los moribundos se van solos. Ni siquiera pueden ser llorados debido al distanciamiento social, una de las imposiciones más crueles del covid-19.

Los 100.000 incluyen estadounidenses como Martin Addison, de 44 años y de Nueva Jersey, el tipo de padre que imitaría al pato Donald para deleitar a su pequeño hijo. Geraldine Slaughter, de Detroit y quien estaba en sus 80 años, murió de covid-19 unos pocos días después de sus dos hermanas.

También, el virus ha estado infectando desproporcionadamente a las comunidades de color. Los estadounidenses negros representan el 13,4% de la población estadounidense, según la Oficina del Censo, pero los condados con mayor proporción de población negra representaron más de la mitad de todos los casos de covid-19 y casi el 60% de las muertes a mediados de abril, según un estudio realizado por epidemiólogos y médicos clínicos. El virus también ha explotado las brechas monetarias, como lo demuestran las infecciones en las plantas empacadoras de carne, mientras que muchos trabajadores de cuello blanco hacen su trabajo desde casa.

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Entre las víctimas también están quienes siguen con vida: los más de 30 millones de estadounidenses cuyo sustento desapareció en el colapso más dramático de la historia económica de EE.UU. Una generación nacida en medio del miedo al 11 de septiembre acaba de graduarse de la escuela secundaria durante otro trauma nacional. Las familias cercanas y lejanas no se han reunido en meses, y pueden no hacerlo en los próximos.

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Pero una pandemia –un momento emblemático junto con la guerra civil, las guerras mundiales, los asesinatos y las crisis económicas en los casi 250 años de historia de Estados Unidos– también es política y gubernamental. Los políticos, pocos tan vociferantes como el presidente Donald Trump, quieren el crédito cuando las cosas van bien. Entonces deben pagar los platos rotos cuando fallan.

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El asalto de covid-19 es un evento único que no ocurría hace un siglo, y ningún conjunto de planes detallados, juegos de guerra y montones de teorías epidemiológicas podrían haber preparado a la nación para tal desafío desconocido.

Sin embargo, también es cierto que Estados Unidos ha estado plagado por uno de los esfuerzos de mitigación peor gestionados, y ciertamente uno de los más políticamente divisivos del mundo.

En los años por venir, en las inevitables comisiones del Congreso y la investigación médica, habrá suficiente culpa para compartir.

Las cadenas de suministro tercerizadas a China, la propia respuesta de Beijing a un emergente desastre de salud pública, los pasos en falso de la Organización Mundial de la Salud y los vacíos legales creados por un sistema federal de Estados Unidos que suelen provocar luchas de poder ante los desastres serán criticados. La forma en que los gobernadores estatales tardaron en reconocer la amenaza dentro de los hogares de ancianos podría convertirse en uno de los errores más atroces.

Pero, a pesar de ese comentario que definió la crisis en marzo –“No me hago responsable en absoluto”–, gran parte de la culpa debe recaer inevitablemente sobre Trump. Tales momentos de peligro nacional son exactamente la razón de ser de los presidentes. Hay un motivo por el cual los dólares estadounidenses llegan al escritorio del comandante en jefe: ese es el lugar de los problemas que nadie más puede resolver.

La promesa de Trump en la convención de 2016 –“Yo solo puedo arreglarlo”– y todo su modelo de liderazgo para fomentar divisiones, inventar sus propios hechos y distraer la atención de sus fallas provocando nuevos escándalos ha quedado irremediablemente expuesto. La creciente cifra de víctimas mortales trae sus propios juicios: que ningún número de ataques contra el gobierno anterior o de tuits furiosos pueden disfrazarlo.

“Lo tenemos totalmente bajo control”

Con frecuencia, Trump parece estar mucho más preocupado por cómo la crisis ha afectado sus propias perspectivas políticas que por aquellos que murieron.

El veredicto sobre el fracaso de Trump en lograr un esfuerzo rápido y nacional de pruebas de detección de coronavirus, así como sus frecuentes y prematuras declaraciones de victoria, no sería tan duro si él hubiera tomado el enfoque obvio de una pandemia más en serio.

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China cerró la ciudad de Wuhan y la provincia de Hubei el 23 de enero. Hong Kong, que se convirtió en un modelo de cómo aplanar la curva, registró su primer caso al mismo tiempo. La Casa Blanca ha disputado cuándo y si Trump fue advertido por las agencias de inteligencia estadounidenses sobre la tormenta que se avecinaba. Pero estaba en todas las noticias y, dada la naturaleza interconectada del mundo globalizado, era obvio que pronto llegaría a Estados Unidos.

Más alarmas se encendieron el 8 de marzo cuando Italia cerró su región de Lombardía en medio de un aumento masivo de infecciones.

Aún así, Trump malgastó el tiempo desde finales de enero y hasta mediados de marzo anunció una iniciativa de “15 días para frenar la propagación” en medio de la negación, con información errónea sobre el virus pululando y la creación de una realidad alternativa en la que podría desaparecer “milagrosamente”.

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“Lo tenemos totalmente bajo control”, aseguró el presidente el 22 de enero. “Prácticamente lo bloquearemos cuando venga de China”, sostuvo el 2 de febrero. Pero, la preocupación ya aumentaba entre la comunidad de salud pública de Estados Unidos sobre lo que terminó considerándose la propagación casi segura del virus a EE.UU. y también si el país estaba preparado para su arremetida en los hospitales.

El 25 de febrero, Nancy Messonnier, directora del Centro Nacional de Inmunización y Enfermedades Respiratorias de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, enfureció a la Casa Blanca al advertir que las alteraciones en la vida cotidiana de Estados Unidos podrían ser “graves”.

Ella les dijo a las escuelas que comenzaran a pensar en cierres y a los negocios que se prepararan para el teletrabajo en una predicción que resultó ser una recapitulación completamente precisa del destino de Estados Unidos.

La narrativa preferida de la Casa Blanca llegó el mismo día en voz del zar de Economía Larry Kudlow, y no sería la primera vez en las siguientes semanas que un representante político no calificado hablaría de asuntos médicos. “Hemos contenido esto. No diré que es impenetrable, pero está bastante cerca de eso”, afirmó Kudlow.

“Hemos tenido un éxito tremendo, un éxito tremendo, más allá de lo que la gente hubiera imaginado”, celebró Trump al día siguiente antes de lanzarse a uno de sus frecuentes elogios al presidente de China, Xi Jinping, semanas antes de atacar a este país cuando necesitaba un chivo expiatorio para el bajo rendimiento de su propio gobierno.

Semanas de negación empeoraron las cifras

Durante los próximos años, la negación de Trump en las primeras semanas probablemente será considerada uno de los momentos más dañinos de la crisis. Contribuyó al desastroso déficit que más tarde experimentó EE.UU. para desarrollar una infraestructura de pruebas de detección –ya obstaculizada por un fallido kit de diagnóstico de los CDC– y la escasez de los equipos de protección para el personal de servicios de emergencia, médicos y enfermeras.

El megáfono entregado a un presidente es uno de los métodos más efectivos para hacer que un país comience a tomar acciones. Cuando hay silencio, eso conlleva sus propios problemas, como lo demuestra la falta de urgencia demostrada por muchos estados al prepararse para el ataque del coronavirus.

Un estudio de la Universidad de Columbia publicado la semana pasada descubrió que si Estados Unidos hubiera comenzado a implementar el distanciamiento social una semana antes, podría haber evitado la pérdida de al menos 36.000 vidas.

Solo en el área metropolitana de Nueva York, 17.500 personas menos habrían muerto si Estados Unidos hubiera actuado una semana antes, señaló el epidemiólogo de Columbia Jeffrey Shaman.

Los líderes de Nueva York culpan al gobierno de Trump por el fracaso en construir un sistema de pruebas de detección robusto que hubiera demostrado cuán profundamente el virus penetró en la comunidad.

Los primeros meses del camino mortal que recorrió la pandemia en Estados Unidos estuvieron dominados por feroces argumentos políticos sobre las deficiencias en las pruebas necesarias para evaluar el control del virus en el país.

En las últimas semanas, con la mayoría de los focos críticos concentrados en las ciudades grandes y más liberales, así como en las áreas urbanas, se ha desarrollado un debate amargo sobre el ritmo de reapertura de la economía.

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Trump dice que Estados Unidos ha “prevalecido” en la pandemia y con frecuencia se ha jactado de que el país ahora lidera en cuanto a las pruebas de detección en el mundo, una afirmación que no está respaldada por la métrica per cápita. Según los últimos datos del Proyecto de Rastreo de Covid, Estados Unidos ha realizado 15 millones de pruebas durante la pandemia. Información recopilada por la Universidad de Oxford muestra que después de un comienzo lento, las pruebas en EE.UU. se están poniendo al día. El país ha llevado a cabo 45 pruebas por cada 1.000 personas, por encima de países como Canadá y el Reino Unido, pero sigue detrás de estados como Australia, Italia y Nueva Zelandia, el cual ha sido ampliamente elogiado por su manejo de la crisis.

Si bien a Trump le gustaría alardear sobre tener la mejor respuesta del mundo contra el covid-19, los datos no confirman sus afirmaciones. Estados Unidos tiene una tasa de 30 muertes por cada 100.000 habitantes, cifra significativamente menor que las naciones más afectadas como Gran Bretaña, Francia e Italia. Pero EE.UU. está peor que Alemania con 10 muertes por cada 100.000 habitantes y Corea del Sur con 0,52 muertes por cada 100.000, según cifras de la Universidad Johns Hopkins. Actualmente existe una imagen mixta de la pandemia en Estados Unidos, que sugiere que un punto de giro podría estar cerca. Actualmente, las infecciones están aumentando en 14 estados, son estables en 17 y disminuyen en 19.

Lo que está por venir

El Dr. Anthony Fauci, uno de los principales científicos del gobierno ha visto su su papel público marginado cuando la Casa Blanca le apostó a un apoyo a toda máquina para la reapertura, advirtió el miércoles a CNN que la crisis está lejos de terminar.

Con la apertura de más y más estados, Fauci sostuvo que los posibles picos en las infecciones no serían obvios por algún tiempo.

“Cuando haces eso (la reapertura) y no ves ningún efecto negativo en una semana, no te confíes demasiado”, le dijo a CNN Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas.

“Porque el efecto de la propagación no se verá durante dos, tres y tal vez incluso más semanas, y en ese momento podría haber un aumento”.

Tales incertidumbres, así como la falta de una vacuna y de tratamiento efectivos contra el covid-19, explican por qué no está claro si el hito de las 100.000 muertes será la última cifra sombría y simbólica que marcará Estados Unidos.

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El Instituto de Medición y Evaluación de la Salud (IHME, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Washington ahora ha cambiado su proyección de muertes en Estados Unidos a 132.000 para agosto, en medio de señales de que el uso generalizado de máscaras está ayudando a reducir las infecciones. Esa cifra no tiene en cuenta un pico temido del virus en otoño.

Y aún así, el uso de mascarillas se ha convertido en una feroz controversia política, en la que Trump se niega a utilizar protección facial en público ya que algunos partidarios conservadores plantean tales precauciones como una violación de las libertades básicas. El aparente oponente de Trump para 2020, Joe Biden, lo llamó este martes “tonto” por tomar esa posición.